La sangrienta huella del ''benefactor''

Hace 40 años -se cumplieron en la semana- Rafael Leonidas Trujillo fue asesinado en la entonces llamada ciudad Trujillo, capital del pequeño imperio que manejó con mano dura. Había estado en el poder, con o sin el título de presidente, desde 1930, pero el cargo era lo de menos. Sólo en la capital de República Dominicana había 1.870 monumentos en su homenaje y tampoco le faltaron los títulos: Caudillo, Benefactor de la Patria, Padre de la Nueva Patria, Genio de la Paz o Generalísimo Invicto.

Pese a tantos honores en vida, su nombre apenas sería recordado fuera de su patria de no ser por ''La Fiesta del Chivo'', la obra con la cual Mario Vargas Llosa retrató implacablemente su dictadura y, según precisó, trató de hacer lo mismo con sus similares de América Latina.

En su país, en cambio, y en la capital que recuperó su nombre histórico (Santo Domingo), no faltan los nostálgicos. Es que, como recordó el propio Mario Vargas Llosa, para mucha gente, especialmente los más pobres, la imagen del ''Benefactor'' todavía conserva ciertos rasgos míticos: ''En ese tiempo no se robaba, salvo lo que robaba Trujillo'', dijo el escritor a la BBC. ''Tampoco había crímenes en las calles, salvo los que se cometían por orden suya''.

En los 40 años transcurridos desde el asesinato del Benefactor de la Patria, la democracia no ha sido fácil para los dominicanos. Tampoco lo fue antes. La presencia norteamericana ha sido una realidad constante desde la independencia, a mediados del siglo XIX. En 1905, las aduanas del país fueron intervenidas por Estados Unidos y otras naciones europeas como forma de lograr el pago de sus deudas. En 1916 el gobierno de Washington optó por la ocupación plena, que se prolongó oficialmente hasta 1924. Por muchos años, a lo largo del siglo pasado, fue una sombra permanente. El anticomunismo proclamado de Trujillo -igual como ocurrió con otros gobernantes de la región en esos años- le sirvió de escudo frente a las denuncias por violaciones de los derechos humanos. Ni siquiera los peores excesos -como el atentado contra Rómulo Betancourt, en Caracas- que le valieron la condena pública de la Iglesia Católica, lograron desestabilizarlo. Sólo la muerte, en una emboscada terrorista, cuando tenía 70 años de edad y según la leyenda iba a una cita amorosa, lo hizo salir de escena.

La Comisión de Derechos Humanos de la OEA, integrada entonces por el chileno Manuel Bianchi Gundián, señaló en su informe de 1962 que hasta la muerte de Trujillo, República Dominicana había batido todos los récords en la materia.

Poco hay ahora que agregar. Salvo que Joaquín Balaguer, el presidente designado que ocupaba el palacio de gobierno en 1961, ha sobrevivido largamente a su protector, lo que forma parte de las complejidades de la vida política dominicana y latinoamericana. Y también, en honor a la verdad histórica, que el de Vargas Llosa no es el primer libro sobre Trujillo. Mucho antes, Enrique Lafourcade escribió ''La fiesta del rey Acab''. Una dolorosa novela sobre un trágico dictador de opereta muy parecido a Rafael Leonidas Trujillo. Según su autor, fue una obra ''hecha a pedido'', que escribió en dos semanas y se publicó en cinco días. Tal vez por eso no se menciona mucho, pero sigue siendo una muestra de la velocidad de su ingenio y capacidad intelectual.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 2 de junio de 2001