Crisis en la Universidad Diego Portales

He sido profesor de la Universidad Diego Portales desde que se creó la Escuela de Periodismo en 1988. En enero, antes de empezar las clases, como consecuencia de una querella en la Fiscalía Militar, junto con Alejandro Guillier y Genaro Arriagada, fuimos detenidos y llevados al anexo Capuchinos. La intención era que estuviéramos un tiempo largo ahí porque se nos consideraba “un peligro para la sociedad”. Lucía Castellón, primera directora de la Escuela, confesó después que había temido problemas. No fue así. El rector, Manuel Montt Balmaceda, se limitó a ironizar en su característico estilo acerca de “la clase de profesores que estaba contratando”.

No hubo más. Nunca se me ha preguntado cuál es mi afiliación política o por quién voto. Entre las nuevas universidades chilenas, la Diego Portales destacó rápidamente como un modelo de pluralismo, que proyecta una imagen de excelencia en áreas complejas en la transición: Derecho, por ejemplo, se ha centrado fuertemente en el tema de los derechos humanos y tuvo un papel excepcional en la reforma procesal; Psicología, acogió a un grupo expulsado por razones políticas de la Universidad de Chile, y Periodismo, junto con el esfuerzo por ampliar los espacios de libertad de expresión, se incorporó tempranamente el tema de la ética profesional...

Una comunidad académica no es nunca obra de una sola persona. Pero hay liderazgos necesarios. Es lo que ha significado en este caso la personalidad de Manuel Montt, de ingenio agudo, a veces desconcertante. Entre las múltiples expresiones que alentó, aparte de algunas trascendentales, como las mencionadas, tuvo tiempo para abrir paso, durante un tiempo, a cursos de extensión de títeres y marionetas.

En mayo del año pasado, Montt se alejó de la Rectoría. Fue reemplazado por Francisco Javier Cuadra, de arrolladora personalidad, quien impulsa un proyecto que parece indispensable. Se trata de reformar la estructura, casi familiar desde el comienzo, y fijar una meta ambiciosa: llegar al Bicentenario en posición destacada no solo entre las nuevas sino entre todas las universidades.

No es un sueño imposible. Existe una base sólida. Este pasado pluralista, tolerante y aperturista, es garantía de éxito de un plan que busque potenciar la excelencia. Pero, para ello, se requiere un liderazgo indiscutido. No sólo intelectual, no solo desde el punto de la capacidad de maniobra. Sobre todo, desde el punto de vista ético.

La universidad, decía el Presidente Frei Montalva, debe ser “la conciencia crítica de la nación”. Debe ser el límpido espejo en el cual se miren los ciudadanos, en especial los que van a dirigir el país en el futuro, y encuentren un reflejo marcado por el sello de los valores compartidos.

La desafortunadas declaraciones del rector Cuadra a propósito de los crímenes de 1986, luego del atentado contra el general Pinochet, quebraron esta promisoria imagen. Rompieron, según hemos dicho un grupo de profesores “el precario equilibrio existente entre su pasado político y el ethos democrático de la Universidad”. Nos ha parecido en esas condiciones que “está inhabilitado para ser rector de nuestra Universidad y conducir un proyecto académico que ha logrado constituirse en un patrimonio cultural que consideramos fundamental preservar”.

Es un planteamiento duro. Pero es consecuente con lo que –por lo menos en mi caso- ha marcado mi relación con la Universidad Diego Portales: digna y respetuosa de los derechos humanos y de la libertad de expresión.

Publicado en el diario El Sur de Concepción en noviembre de 2005

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