Los candidatos en el espejo

Ser vicepresidente de Estados Unidos es como vivir en un limbo político paradojal: su actividad es casi siempre ceremonial, pero…. cuando muere el Presidente, el oscuro segundo hombre de la Casa Blanca emerge con brío en el primer plano. Así ocurrió con Harry Truman, a la muerte de Roosevelt, y, hasta cierto punto, con Lyndon B. Johnson después del asesinato de John F. Kennedy. La Vicepresidencia también puede ser la antesala de una candidatura presidencial. George Bush, quien era Vicepresidente en el gobierno de Ronald Reagan, lo intentó y tuvo éxito. Richard Nixon, como vicepresidente de Dwight Eisenhower fue derrotado, en cambio, en 1960. Sólo años después llegó a la Casa Blanca (para perderla, ignominiosamente por culpa de Watergate).

Aunque puede ocurrir que el Vicepresidente nunca logre vistosos titulares en la prensa, a la hora de armar el voto disfruta por un breve lapso de un papel protagónico. En un país vasto como Estados Unidos, con variadas características sociales, religiosas y económicas, un candidato presidencial conservador buscará un liberal como compañero de fórmula; un norteño se apoyará en uno del sur; incluso puede considerar que es el momento psicológico de incluir un representante de alguna minoría, como ocurrió con Geraldine Ferraro (demócrata) en 1984) o casi, con el general negro Colin Powell (republicano) en 1996.

En la carrera electoral de este año, la duda acerca de quiénes serían los candidatos se disipó en marzo. Lo que están haciendo ahora en las convenciones -los republicanos, la semana pasada en Filadelfia; los demócratas, la próxima en Los Angeles- es únicamente ratificar que sus abanderados serían George W. Bush y Al Gore, respectivamente. Pero quedaba la duda acerca de los vicepresidentes.

En vísperas del encuentro republicano, Bush escogió a Dick Cheney, ex secretario de Defensa, como su compañero. Y esta semana, en una movida de alta estrategia, Gore anticipó que su hombre es Joseph Lieberman.

Ambas fueron decisiones cuidadosamente estudiadas.

Bush prácticamente no tiene experiencia internacional y en meses pasado hizo varios papelones por su desconocimiento en la materia. Pero logró imponer su candidatura y aunque hasta ahora las encuestas lo favorecen largamente, le convenía el refuerzo de un político de experiencia. Cheney lo es, probado además en un campo muy sensible: el de la defensa nacional.

Las cavilaciones de los demócratas son de otro tipo. Para ganar, Gore necesita apoyarse en lo bueno del Presidente Clinton -la prosperidad económica- y distanciarse de lo malo -el escándalo Lewinsky, sobre todo.

En este juego de equilibrios, la nominación de Lieberman parece muy adecuada: es un respetado senador de Connecticut, de 58 años, el primer judío en ser candidato nacional por uno de los grandes partidos, lo que es importante. Pero mucho más importante es el hecho que, durante el escándalo, no vaciló en criticar duramente la conducta de Clinton. Al final, sin embargo, primó en él la lealtad partidista y rechazó el "impeachment", sin aparecer ni oportunista ni un simple politiquero.

Fueron estas cualidades las que lo han convertido en el mejor candidato al segundo puesto. Según The Washington Post, "sus antecedentes le dan a Gore un compañero que es como la imagen en el espejo de Richard B. Cheney…"

Las primeras encuestas confirmaron el acierto: ahora Gore empieza a recuperar terreno. La carrera -claramente- no está todavía decidida.

09 de agosto de 2000.