Una victoria y muchos dolores

La guerra, que empezaron Estados Unidos y Gran Bretaña con tanto optimismo y que luego pareció empantanarse, volvió en la semana a lo que debe ser su curso "normal". Los aliados, que representan el mayor poderío humano y tecnológico de toda la historia, no tienen más remedio que derrotar a Irak. "Los mercados", esa curiosa expresión que -signo de los tiempos- ha reemplazado a lo que antes se llamó "la opinión pública", reaccionaron de inmediato y con alivio: en el mundo el petróleo seguía bajando y en Chile hacía lo mismo el dólar.

Hasta los reticentes alemanes, que se negaron a apoyar la aventura, expresaron su conformidad y su deseo -el jueves- de que todo termine rápido. Un triunfante George W. Bush proclamó, ese mismo día, que "habiendo viajado cientos de millas, ahora vamos por las últimas 200 yardas".

¿Qué pasó?

En momentos en que el panorama se oscurecía y se hablaba de una prolongación del conflicto por meses, se tomaron las medidas necesarias para evitar otros retrasos. Además de las armas inteligentes, de alta tecnología, capaces de encontrar blancos muy bien seleccionados, el comando aliado optó por medios más drásticos, incluyendo las bombas de racimo.

Al mismo tiempo, el rescate de la soldado Jessica Lynch significó el mejor tónico para el desfalleciente estado de ánimo de los norteamericanos.

La guerra, parece, se va a ganar. No será el paseo imaginado inicialmente a partir de las declaraciones del presidente George W. Bush y los "duros" del Pentágono, pero será relativamente breve. Esto significa que también su costo será considerablemente más bajo que un conflicto prolongado. Habrá menos víctimas, menos heridos, menos muertos y menos destrucción. Cada ítem tiene su precio: hay que curar a los heridos, cuidar de las familias de los muertos, reconstruir lo destruido. Mientras menos, mejor.

Pero quedará, para el balance de largo plazo, un saldo difícil de anticipar: el costo en resentimiento y odio acumulados.

Israel ganó todas sus guerras desde la independencia. Pero todavía no gana la paz y se ha enfrentado, en los últimos años, a la forma más insidiosa de combate: el terrorismo suicida. Algo parecido ocurre -pese a la poca información disponible- en Chechenia, en Kurdistán y en muchos pequeños (o grandes) focos de descontento en Asia y Africa.

No cabe duda que el derrocamiento, a sangre y fuego, de Sadam Husein alentará la reacción de cientos de fanáticos que querrán vengarlo. Hay quienes lo anticipan. El presidente de Egipto, Hosni Mubarak, en una reunión con oficiales egipcios, en Suez, afirmó el lunes que como consecuencia de esta guerra "los grupos terroristas se reunirán y... tendremos cien Bin Laden en la región y la tierra no será segura". Ya sabemos lo que un Bin Laden significa: destrucción y la muerte, no sólo entre los supuestos enemigos sino en blancos humanos inocentes.

De cumplirse este sombrío pronóstico, sería cuestión de multiplicar por cien.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el sábado 5 de abril de 2003

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