Ecos de un pasado lejano

Es duro repetirlo ahora, cuando todavía persisten en las pantallas de TV las imágenes de los granjeros brutalmente golpeados. Pero hace más de 40 años en “El Drama de Africa”, John Gunther percibió que el futuro de Rodesia del Sur (luego Rodesia, simplemente, y hoy Zimbabwe) sería cada vez más difícil. Señaló: “Una mitad del país -más o menos 20 millones de hectáreas sobre 40- pertenece a los blancos aunque estos no forman sino el ocho por ciento de la población. La mejor tierra se halla casi toda en poder de los blancos.. A los nativos en algunas circunstancias se les puede desalojar perentoriamente de su campo en las reservas y trasplantar a otra parte, quieran o no, si se descubre riqueza mineral en su propiedad. ...No hay injusticia más flagrante en el Africa contemporánea”.

En las cuatro décadas largas transcurridas desde entonces, la situación del país sufrió varios vuelco profundos. Ante la presión británica -”los vientos de cambio” los llamó un primer ministro inglés- Ian Smith declaró unilateralmente en 1965 la independencia. Como el propósito era mantener y consolidar la supremacía blanca, la rebelión negra se hizo inevitable. En 1972 -postergado por prolongadas e inútiles negociaciones- estalló un sangriento conflicto que costó entre 20 mil y 30 mil vidas. En diciembre de 1979 se firmó la paz y al año siguiente, en elecciones libres, se impuso la mayoría negra.

Hoy, a la luz de lo que ha pasado en Sudáfrica, esta situación no parece grave. Pero lo fue. La lucha entre el poder blanco y la guerrilla negra, pese a que a su vez estaba dividida, dejó heridas tan profundas que muchos temieron lo peor. Buena cantidad de los propietarios de las ricas tierras agrícolas prefirió autoexiliarse, la mayoría en Sudáfrica. Apareecía como un inexpugnable bastión blanco. En pos de ese sueño, se calcula que más de cien mil blancos salieron de Zimbabwe.

No imaginaban que en pocos años, al final de la década, en una transformación pasmosa, Sudáfrica se embarcaría en una transición ejemplar, no exenta de dolores, pero que impuso un gobierno negro moderado, encabezado por Nelson Mandela. Hacia 1986 muchos exiliados de Zimbabwe ya habían emprendido el camino de regreso. “Nunca me sentí realmente a gusto allá (en Sudáfrica), dijo en marzo de 1986 al Washington Post Clive Higgins, un ingeniero mecánico que había hecho el viaje de ida y vuelta a Johannesburgo. “Tenía la impresión permanente de que la gente pensaba que les estábamos quitando sus trabajos”. En parte era así: como resultado de las crecientes dificultades internas, la economía sudafricana tuvo en 1985 su peor año. Otro de los retornados dijo entonces a los periodistas que Sudáfrica le daba la impresión de “algo conocido. Aparte de las dificultades económicas, su percepción era que se encaminaba hacia una larga y dolorosa lucha entre blancos y negros.

No ocurrió así, sin embargo. Y, como si fuera poco, la peor tragedia de esta historia de idas y vueltas ocurrió justamente en Zimbabwe, donde el antiguo resentimiento por la abundancia de buenas tierras en manos de los blancos, se convirtió en el deonante de nuevos enfrentamientos.

La responsabilidad del episodio más reciente se atribuye al gobierno de Robert Mugabe, cuyas fuerzas controlan el país desde la elección de 1980. La crisis latente estalló luego que Mugabe perdió en febrero un plebiscito y se anticipa que en las elecciones generales de mayo podría sufrir una aplastante derrota. Haciéndose eco del malestar de los veteranos de la guerra de guerrillas, Mugabe calificó de “enemigos de Zimbabwe” a la oposición, en especial a los granjeros blancos, lo que al parecer fue tomado al pie de la letra, como una virtual luz verde para iniciar un plan de violentas tomas de tierras.

La oposición acusa a Mugabe de atizar la violencia con el propósito de verse obligado a declarar estado de emergencia y, eventualmente, postergar las elecciones.

Pero el precio podría ser demasiado caro. Aunque, como creía John Gunther, la razón haya estado Inicialmente del lado de los negros, víctimas de esta “flagrante injusticia”..

Abril de 2000