Comentarista invitado: Guillermo Blanco.El siguiente texto, de Guillermo Blanco, Premio Nacional de Periodismo, no necesita presentación ni justificación... según creemos. Un país con espinillasCreer que informar es solo ofrecer malicia añeja, presas sexuales y prendas privadas equivale a tapar, de otra manera, una parte de la realidad. También se tapa mostrando. Vivimos una pacatería patas arriba. Una cosa es atreverse a decir pene, orgasmo, vagina, y otra es perseguir desesperadamente pretextos para nombrarlos. Parece que a algunos comunicadores les urge hablar de clítoris, pene, útero, semen, y que en eso cifran su apertura mental. El destape hacía falta, sin duda. Durante la dictadura no se veían en la tele ni senos, ni trastes, ni disidentes. Se los ocultaba como si la realidad solo estuviera hecha de cascos, deportes, chupamedias y similares. Tapando el resto del universo, el régimen nos protegía de pecar o pensar (que venía a ser lo mismo). Y, claro: echábamos cosas de menos. Célebre fue la prohibición de unas pechugas rusas. También nos vedaron los dibujos animados de Mafalda, la niñita precoz que el régimen estimó ofensiva por ser inteligente. En un terreno más serio, se omitieron las desapariciones y torturas que aún avergüenzan al país. Lo sexual fue uno de los grandes anatemas para la mentecatez ambiente. Metieron a Chile en un cartucho durante diecisiete años. De modo que sí: bienvenido el destape. Adiós tabúes sobre temas, lenguaje, ideas. Al pan volvemos a llamarle pan, y al vino, vino. Y si hay mierda, le decimos mierda. Soltamos el lastre de las inhibiciones, miramos cara a cara al mundo, nos atrevemos a hablar de él. Hasta ahí, impeque la democracia. Impeque, no perfecta. Uno de sus méritos es ver las imperfecciones. Callar la prostitución, las drogas, el alcoholismo, la pedofilia sería hipócrita. Hipócrita y además, suicida. Disimular el mal impide combatirlo. El problema no está en saber de esos asuntos. Está en negarse a saber que existen otros. Buscar basura y exhibirla parece ser la nueva orden del día. Es casi una obsesión. Y como dicen que vende quizá si dure algún tiempo. Pero centrar la información exclusivamente en la mugre deforma los hechos y las cosas tanto como centrarse en los desfiles. Una verdad vista desde demasiado cerca es un error, dijo alguien. La desproporción entre las partes falsea el todo. Si alguien pinta un paisaje con un loro más grande que una casa y una hormiga del porte de la luna, ¿quién dirá que eso fue lo que el pintor tuvo delante? No basta que cada pieza por separado sea una reproducción exacta. La veracidad incluye las proporciones del conjunto. Hay prostíbulos en el mundo: es un hecho. No el único hecho. El mundo no es un prostíbulo. En él hay millones de seres y objetos; entre ellos, proxenetas, violadores, sicópatas. Aun así, mostrar solo prostíbulos, proxenetas, violadores, sicópatas en desmedro de otros temas, es desfigurar lo que se informa. ¡Y hay que ver que a algunos medios les han dado fuerte la prostibulosis y otras osis de semejante jaez! No falta moralidad: sobran dosis. Hasta las ostras en exceso hostigan. La moralina agota igual que la inmoralina. Ninguna de las dos consigue ser verdadera. Tener sexo no es la principal actividad nacional, aún. Ni todos somos sádicos, esquizofrénicos, corruptos o hipersexuados, como nos pintan con devastadora monotonía ciertas crónicas o reportajes. Habrá tipos así. Habrá muchos, si se quiere. Sin embargo, a juzgar por la tele y alguna prensa, no existen muchos otros personajes dignos de conocer, entrevistar, interrogar, poner en el primer plano. ¿Será ese un auténtico destape? Destape es liberación de prejuicios, no relevo entre prejuicio y prejuicio. Se prejuzga que la gracia va del cogote hacia abajo y que para alturas están los senos (además, fotografían tan bien). Y las piernas. Y los trastes, que en verano figuran entre los ejes de la información visual. Una persona que nunca hubiera ido a la costa y solo la conociera vía tele, creería que las playas son bosques de nalgas o cordilleras de tambembes sujetos con cordelitos. Creer que informar es solo ofrecer malicia añeja, presas sexuales y prendas privadas equivale a tapar, de otra manera, una parte de la realidad. También se tapa mostrando. Vivimos una pacatería patas arriba. Una cosa es atreverse a decir pene, orgasmo, vagina, y otra es perseguir desesperadamente pretextos para nombrarlos. Parece que a algunos comunicadores les urge hablar de clítoris, pene, útero, semen, y que en eso cifran su apertura mental. Tal vez solo padezcan de algún prurito infantil. En épocas viejas, y pacatas, los cabros en la edad de la espinilla hojeaban el diccionario fumando a escondidas en un rincón (para ser hombres). Se excitaban leyendo la definición de ayuntamiento no como municipio, sino como cópula. Y cópula era la relación entre dos personas de sexo opuesto. Incesto, estupro, lenocinio, ramera, los hacían volar con unos vuelos de ganso. Ahora, el papel del diccionario lo asumen ciertos medios de comunicación. Debajo de su audacia el cartuchismo sobrevive, sin embargo. La palabra fornicar se atenúa: es tener sexo. ¿Cómo? ¿Sexo no tenemos todos? ¿No se nace mujer u hombre? Hasta hace poco se ponía así en los formularios: Sexo: masculino. Sexo: femenino. Ya no corre para las publicaciones ni para el trato diario. En nuestra época del destape, el sexo tiene una casta connotación textil: género. Y dos solteros que fornican son novios. Así, higienizada por el noviazgo, la fornicación es noticia. ¿Y el pan, pan? ¿Y el vino, vino? Quizá queden timoratos que hallen procaz la obsesión sexista. Nada que ver. De tanto huevonearnos, por ejemplo, le hemos quitado lo obsceno o lo ofensivo a huevón. La urticaria adolescente con lo sexual, más que corromper, da vergüenza ajena. ¿Alguien verá maldad en tanta majadería? Lo que cansa no es una inmoralidad presunta: es la rutina sin atenuantes. No escandaliza: apenas latea. Si algo falta no es recato sino madurez. Somos un país que no logra salir de la edad de la espinilla, parece. Guillermo Blanco
Diario La Nación, domingo 22 de febrero de 2004. |