Con licencia para hablar
Los excesos verbales del Presidente Hugo Chávez han ocultado el fondo de su ambicioso proyecto: construir un nuevo sistema político, un nuevo sistema social, un nuevo sistema económico para Venezuela. Hay que partir por reconocer que estas verbosidades, más allá de su personal estilo, se insertan plenamente en el estilo que inflamó a nuestro continente en los años 60 Los proyectos de esos años finalmente fueron aplastados manu militari o simplemente colapsaron tras la crisis de los socialismos reales y el fin de la Guerra Fría. Las aparentes excentricidades de un Jefe de Estado que se atreve a calificar a un colega de demonio (Bush), arremete groseramente contra un funcionario interamericano (Insulza) o repite una consigna simplista al jurar por Cristo, el más grande socialista de la historia, tienen fundamento: es el lujo que se puede dar quien maneja un país con los ingresos que tiene Venezuela gracias al petróleo. En 2005 recibió 56 mil millones de dólares, el triple de lo que obtuvo Chile por el cobre ese mismo año. La combinación de esta fabulosa fortuna con el proyecto socialista bolivariano le permitió a Chávez obtener su tercer triunfo en las urnas y plantear, sin tapujos, su idea de que le gustaría ser reelegido indefinidamente. Es que los sectores de más bajos ingresos se han visto beneficiados con una serie de programas intensivos, que lograron rebajar la pobreza desde límites escandalosos (sobre el 75 por ciento de la población) a menos del 50 por ciento. Estas medidas no han resuelto los desequilibrios históricos, pero hacen más vulnerable todavía a Venezuela al discurso populista. La situación resulta más llamativa aun si se mira lo que pasó en los últimos meses, cuando el continente atravesó por turbulentas aguas electorales llegando a lo que se considera un predominio de gobiernos izquierdistas. Ninguno de ellos, sin embargo, es de tinte extremista, como se puede advertir en el discurso de nuevos y viejos mandatarios. Algunos, como Inacio Lula da Silva, en Brasil, optaron por refinar su imagen. Decididamente la moda guerrillera ya pasó. Ello hace más conspicuo el discurso violento y a ratos incoherente de Chávez. La izquierda latinoamericana, con mayor o menos entusiasmo está enrielándose en la nueva economía del mundo globalizado. Y, como han dicho varios analistas, la preocupación ya no pasa por el temor a un golpe militar sino a los efectos de la delincuencia desatada, muchas veces favorecida por los carteles de la droga. No habrá plena democracia ni tranquilidad en América Latina mientras no se impongan la ley y el orden. El peligro actual no se encuentra en la lectura de los viejos manuales de la guerrilla sino en la capacidad de los narcodólares de anular todos los esfuerzos por garantizar la seguridad interna. Así ha estado ocurriendo, por ejemplo, en las ciudades principales de Brasil, pero no es el único país amenazado. Lo dijo en los últimos días el chileno José Miguel Vivanco, de Human Rights Watch, quien sostiene que el desafío mayor es el crimen organizado, las mafias y el narcotráfico. La única manera de enfrentarlo con posibilidades de éxito, asegura, es mediante jueces y policías entrenados. Pero Vivanco no olvidó a Chávez. Igual que el secretario de OEA, mostró preocupación por el futuro de la libertad de expresión en un país donde el único que goza -¡literalmente!- de esa libertad es el Presidente.
14 de enero de 2007 |