Etica en tiempos de InternetParticipación de Abraham Santibáñez en el Panel organizado en Santiago por el World Press Institute en la Facultad de Comunicación de la Universidad Diego Portales y dirigido por el periodista y profesor norteamericano John Ullmann. En la ocasión también intervino la periodista y profesora María Olivia Mönckeberg.
Un médico chileno inició un debate en los últimos días sobre la realización de un programa de televisión de divulgación y toma de conciencia de temas de salud. Su objeción se basó en el caso de una paciente cuya operación al corazón fue grabada en video igual que el período post-operatorio hasta que, casi dos semanas después, se produjo su fallecimiento. Todo esto fue finalmente presentado en pantalla, lo que motivó la duda de si era legítimo o no, ético o no, llevar a miles o cientos de miles de extraños, un momento tan íntimo como la agonía y muerte de un ser humano. También se cuestionó si el propósito de divulgación no había sido reemplazado en definitiva por un objetivo más comercial de rating. Varios médicos han terciado en el debate, incluyendo los responsables del hospital universitario donde se grabaron las imágenes. Insisten, en síntesis, en que siempre se contó con la autorización de la propia paciente y de su familia. También han negado que hubiese una motivación de rating. Mi personal pregunta, hasta el momento sin respuesta, es por qué en este debate solo han intervenido médicos y no periodistas. ¿Es que una eventual transgresión a la ética en un programa de televisión sólo preocupa a los profesionales de la salud? No es el único tema de actualidad en esta materia. En el último tiempo, en relación a la existencia de una red de abusos sexuales y pedofilia que investigan los tribunales de justicia, respetables medios locales han incurrido en situaciones que ya merecieron amonestaciones por parte del Consejo de Etica de los Medios y sanciones del Consejo Nacional de Televisión. En el caso de los canales 13 y Chilevisión, se ha cuestionado, entre otras prácticas, el uso de cámaras ocultas, una práctica que por un tiempo parecía relegada exclusivamente a los programas de entretención, pero que ahora se ha extendido al periodismo. Hace diez años, en 1994, un primer caso de este tipo, realizado por un periodista de TVN, fue analizado y sancionado por el Consejo de Etica y ha sido usado como caso de estudio en reuniones nacionales e internacionales. Los ejemplos actuales que acabo de mencionar han tenido menos repercusión a pesar de que podrían ser mucho más graves. El tema es, por supuesto, el impacto de la innovación tecnológica en nuestro desempeño profesional. Una constante en la historia de la humanidad es que toda innovación suscita, además de toda la gama intermedia, adhesiones fanáticas y rechazos totales. Es lo que algunos expertos llamaron el Mito de Frankenstein: el temor a que una nueva tecnología pueda resultar incontrolable y se rebele contra sus creadores, incapaces de frenarla. Desde la versión de Walt Disney en Fantasía, de El aprendiz de hechicero, hasta el descubrimiento reiterado de redes de pedófilos en Internet, todo el tiempo estamos recibiendo señales de advertencia contra los peligros del progreso. Peor aún, tanto el año pasado como este, en grandes diarios norteamericanos se descubrieron graves infracciones a la ética que han obligado a la adopción de severas medidas internas y que, sin duda, han producido un daño considerable a lo que siempre se ha considerado el capital más valioso de un medio informativo: su credibilidad. Esto ha ocurrido gracias a los avances tecnológicos, especialmente la computación y, sobre todo, Internet, cuya popularidad crece junto con las advertencias de que estamos generando un nuevo monstruo incontrolable. En nuestra experiencia local, uno de los primeros en dar la voz de alerta fue el fundador del Instituto para la Etica global, el profesor norteamericano Rushworth Kidder. A la luz de problemas tan dispares como la catástrofe de Chernobil; el caso del Exxon Valdés, que contaminó las aguas de Alaska, y uno de los primeros escándalos con fondos mutuos en Wall Street, planteó su convencimiento de que sería imposible sobrevivir en el siglo XXI con la ética del siglo XX. Esto significa que no sólo estamos hablando de la ética profesional de los periodistas, sino de la respuesta a los desafíos morales de personas e instituciones que integran la sociedad contemporánea. Kidder asegura que la globalización es más exigente de lo que parece a primera vista. Las mayores máquinas del siglo XIX, explicó reiteradamente en charlas y conversaciones en la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales, no tenían, por ejemplo, comparación alguna con las dimensiones de la tecnología actual, especialmente la relacionada con la energía nuclear. Para él, con el lanzamiento de la primera bomba atómica, en Hiroshima, en 1945, la perspectiva cambió para siempre. Y en lo que hoy conocemos como la Sociedad de la Información, esta era en que todo se transmite a velocidad electrónica, se agregaron nuevos componentes: capitales que cambian de manos en pocos segundos sin que haya fronteras físicas que valgan; buques tanques gigantescos como el Exxon Valdés; mega-generadoras a base de energía nuclear, como Chernobil, y gigantescos conglomerados económicos como Enron o Worldcom en Estados Unidos, Vivendi en Francia y nuestra criolla Inverlink. Ninguno de ellos era una amenaza en sí.. Pero eran (o debían ser) un llamado de atención a quienes estaban tras ellos, para que cuidaran su comportamiento ético como nunca antes y para las autoridades encargadas de supervisarlos. Sabemos, y hay ejemplos abundantes que lo prueban, que los desbordes éticos generan fatalmente, como reacción, la imposición de nuevas restricciones por la vía de leyes y reglamentos. Esto es especialmente grave en el terreno de la libertad de expresión. Recién amanece sobre el siglo XXI. Queda mucho camino por recorrer. No podemos anticipar con exactitud lo que vendrá. Pero sí sabemos que los problemas se multiplicarán con la misma rapidez y facilidad con que se han multiplicado los avances y las ventajas. Desde nuestro punto de vista, lo que nos interesa es que el uso de tecnologías digitales en diversos ámbitos ha tenido un efecto profundo en la tarea periodística: las viejas linotipias ya no se usan y las impresoras también son manejadas por computador, lo que garantiza por ejemplo- que la tensión del papel sea uniforme, que los colores salgan bien calzados y también sin distorsiones. Lo mismo ocurre con los medios audiovisuales y, desde luego, los medios nuevos, que aparecen en Internet. La tecnología no sólo facilita la tarea de los periodistas. También les plantea desafíos nuevos y modos nuevos de trabajar.
A esta conclusión es indispensable agregar otra: la toma de conciencia ética. Tanto por la responsabilidad creciente en un mundo interconectado e intercomunicado como por las facilidades para el plagio, la falsificación de imágenes y la invención, la formación y el ejercicio de los periodistas exigen claridad en la materia. Hay un área, sin embargo, que no termina de definirse. Es la permanente lucha de cada ser humano entre la curiosidad morbosa y el respeto a la dignidad del otro. Hoy podemos ver con más detalles que nunca antes los efectos de un desastre, las huellas de una tragedia. Incluso podemos estar en medio de una conmoción bélica, una discusión sobre temas íntimos y personales y muchas veces pareciera que el derecho del público a saber es lo único que vale. No es así. Hemos ganando en tolerancia. Hemos visto cómo se avanza en el respeto de las personas con discapacidades físicas o mentales. Se reconoce que la diversidad, la opción sexual o la pertenencia a cualquier minoría, de cualquier tipo, no es noticia en sí, por lo que es obligación nuestra, como profesionales de la información, de sopesar cada caso, cada circunstancia. Todo lo anterior nos lleva a la única conclusión definitiva: nada hay seguro en esta materia. La tarea es seguir profundizando, experimentando y, sobre todo, reflexionando.
Abril de 2004.
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