La Herencia de un Educador Pastor
El 12 de Septiembre, en la Universidad Católica Silva Henríquez, se presentó el libro La Herencia de un Educador Pastor, que profundiza en la participación del Cardenal Silva Henríquez en la creación y consolidación de dicho plantel de enseñanza superior. La obra fue escrita por el periodista Abraham Santibáñez sobre la base de investigación propia y entrevistas realizadas por la periodista Camila Pistacchio. Un aporte fundamental lo constituyó la investigación previa de los profesores Christian Hansen y José Albucco, de la propia Universidad. El siguiente es el texto de la presentación de Abraham Santibáñez.
Lo que hay que decir sobre el cardenal Raúl como educador y como pastor, la gran figura detrás de este proyecto vigoroso que es la Universidad que lleva su nombre, está dicho (o debería estarlo) en las páginas de este libro que presentamos aquí esta tarde. Siento que mis palabras, sin embargo, no serían completas si no recordara algunos momentos que han sido claves en mi propia vida. El primero se remonta a más de 60 años atrás, cuando estudiante de preparatoria en el Liceo Manuel Arriarán Barros, en La Cisterna- conocí de cerca al padre Raúl. Mis recuerdos son, probablemente, los mismos de mis compañeros de entonces: una figura a veces severa, otras afable, que velaba por nosotros, como director del liceo. Lo distinto ocurrió al final del primer año, cuando un día fui llamado a su oficina, lo que se suponía- era una invitación al desastre. ¿Qué otro interés podría tener el rector del liceo en un escolar del montón? La sorpresa fue grande, como comprenderán ustedes. El Padre Raúl me había llamado para entregarme un pequeño archivador donde yo tenía una incipiente colección de sellos postales y que, por descuido, había dejado abandonado en la sala de clases, semanas o tal vez meses antes. ¿Cómo no recordarlo, ahora, cuando ese rostro, a veces severo, a veces afable, figura en una hermosa colección de sellos recién emitida por la empresa de Correos de Chile? Años más tarde, ya egresado de Periodismo de la Universidad de Chile, volví a encontrarme con el Padre Raúl, esta vez en su calidad de arzobispo de Santiago. El lunes 19 de noviembre de 1962, en la población Cardenal Caro un paro convocado por la CUT que no había despertado mayores adhesiones, se convirtió en una balacera trágica junto al cruce Buenaventura del ferrocarril al sur. Seis pobladores murieron y un número indeterminado quedó herido. Poco más de un mes después, en la noche de Navidad, el cardenal Raúl Silva Henríquez ofició la Misa del Gallo en la capilla de la población. Era, entiendo, su primera reafirmación pública de una larga historia de amor entre el pastor y sus ovejas. Según el testimonio del periódico La Voz, hasta los hombres más recios dejaron fluir las lágrimas, mientras el Cardenal proclamaba su compromiso con los marginados: Cuando me llegue la hora de ser juzgado, no se me juzgará ni por los honores ni por las púrpuras que haya alcanzado. Se me juzgará por mi amor y mi comprensión a los hombres. Se me juzgará por mi amor y comprensión a los pobres... El llamado sigue vibrando en las poblaciones pobres de Chile. Pero yo lo recuerdo porque esa tibia noche de diciembre, estaba ahí y, pese a los años transcurridos, siento la misma emoción que entonces. Pero hay más. Aunque durante la dictadura lo vimos comprometido en la lucha por los derechos humanos, parte importante de sus preocupaciones pastorales tuvo que ver con sus responsabilidades en la reunión cumbre de la Iglesia Católica, el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII. Como subdirector de la oficina de prensa que creó el Celam en 1964, tuve el privilegio de ser testigo cercano, en Roma, del trabajo del Cardenal, convertido en líder de un grupo destacado de obispos latinoamericanos e integrado a uno de los sectores más notables de la gran asamblea. No es el momento de contar aquí cómo el director de la oficina, Gastón Cruzat, y yo mismo, vivimos un áspero choque entre nuestra vocación de informadores y las rigideces del protocolo vaticano. Pero sí quiero hacer notar cómo pesaba la opinión del Cardenal Silva en un momento de cambio, en que se producía un entrecruzamiento de tensiones tras el llamado del Papa Juan al aggiornamento, a abrir las ventanas y dejar entrar una corriente de aire fresco. No fue fácil ese período para el Cardenal y así lo hace ver en sus Memorias. También eran años difíciles para Chile y para el mundo. En Roma, la Iglesia Católica estaba fijando el rumbo para el futuro, para el tiempo que estamos viviendo ahora, más de 40 años después, y más allá. Roma, en esos días, era una ciudad que todavía se asimilaba al retrato que hizo Fellini en La Dolce Vita. La Iglesia hablaba en latín, pero se abría a la pluralidad cultural. Y en ese rico contexto se percibía con claridad que nuestro Cardenal estaba a la vanguardia con personajes como Suenens, Alfrink, Frings,Konig. Es una imagen de Don Raúl que todavía no hemos estudiado a fondo. Porque, más allá del padrecito de gran corazón, el educador con dotes administrativas, el visionario en tantos campos tan diversos, también fue un hombre que hizo un gran aporte en debates complejos, donde era inevitable exponerse a la crítica y a la malquerencia. ¿Por qué, entonces, nos había de extrañar, que en los años 70 y 80, este mismo personaje se dedicara con pasión a la defensa de los derechos humanos de tantos chilenos injustamente perseguidos, encarcelados, torturados, muertos o hechos desaparecer brutalmente? En otros personajes de nuestra historia hemos reconocido, a veces con excesivo entusiasmo, su consecuencia. Raúl Silva Henríquez, pastor de la Iglesia Católica, fue siempre consecuente. Sufrió por ello y por lo mismo, me siento muy orgulloso de tener un pequeño papel en este tiempo en que le reconocemos su obra y su grandeza. Parte de ese necesario reconocimiento es lo que se quiere lograr con este libro. Gracias a los valiosos testimonios que recopilaron inicialmente Cristián Hansen y José Albucco y las entrevistas que hizo Camila Pistacchio más el material que yo reuní, tenemos una obra que en lo personal me satisface plenamente, pero cuyo juicio definitivo solo corresponde a sus lectores. Es un lugar común, pero necesario, decir que los aciertos son en gran medida el fruto del trabajo de muchos, empezando por la decisión y el apoyo del rector Sergio Torres y la labor final de edición que se consideró necesario hacer. Los errores o insuficiencias, en cambio, son todos de mi responsabilidad. Y lo digo muy sinceramente porque se trata de una obra y de un personaje que fácilmente nos pueden superar. Debo reiterar, pues, mis agradecimientos a todos quienes participaron en este proyecto, en especial a Camila, entrevistadora infatigable y acuciosa. También, para finalizar, quiero reiterar que lo esencial de este libro es el relato de este encuentro entre un sacerdote chileno y las raíces de su congregación, que se remontan a la turbulenta Italia del siglo XIX; encuentro que lo proyecta al Chile del bicentenario y más allá, luego del paso por una época igualmente turbulenta de nuestra propia historia. Sabemos mucho acerca del cardenal Silva Henríquez. Se han escrito no menos de 30 libros acerca de él y de su obra. Personalmente sigo convencido de que es el chileno que más ha hecho por más de nuestros compatriotas en los más variados campos en toda nuestra historia. Fue pastor de almas y de cuerpos. Fue voz valiente en medio de la dictadura, pero no solo entonces. Sin embargo, me atrevo a afirmar que hasta ahora no se había profundizado suficientemente en el papel como educador del Cardenal y de su Congregación. Esta vocación de los salesianos se remonta al pensamiento de San Juan Bosco y, tras largos años de experiencia en Chile en la formación de estudiantes de enseñanza básica y media, terminó proyectándose a la educación superior. El legado que representa esta Universidad tiene una enorme riqueza, la cual, a su vez, ya se ha enriquecido con el aporte de decenas de colaboradores que han participado en ella y seguirá creciendo gracias a los cientos y miles que vendrán en el futuro. ¿De qué otra manera se puede entender una universidad que inauguró el mechoneo solidario, o que investiga las percepciones de ese mundo siempre olvidado que son los pobres? ¿En la cual, como lo demuestran los testimonios recogidos por Christian Hansen y José Albucco, muchas personas sintieron la presencia de un hombre providencial, que marcó sus vidas para siempre? No son las únicas demostraciones del espíritu imperante aquí, que busca combinar el rigor académico con la solidaridad, la responsabilidad social con el mensaje de Jesús. Pero constituyen el mejor homenaje que podríamos imaginar para el Cardenal Raúl. Es el mismo que una Navidad, hace 45 años, afirmaba, conmovido: Cuando me llegue la hora de ser juzgado, no se me juzgará ni por los honores ni por las púrpuras que haya alcanzado. Se me juzgará por mi amor y mi comprensión a los hombres. Se me juzgará por mi amor y comprensión a los pobres...
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