El mea culpa de los periodistas
A lo largo de su historia, a pesar de que las pasiones han estado a flor de piel, no se registra en el periodismo chileno un titular más lleno de odio que el de La Segunda, en julio de 1975, cuando entregó la información del caso de los 119 desaparecidos. Exterminados como ratones tituló en portada, haciéndose eco de una información falsa, generada mediante una vasta operación que incluyó la creación de medios ad-hoc (ODia y Lea) en Brasil y Argentina. El propósito era desvirtuar las crecientes acusaciones de que en Chile había personas que habían sido detenidas y luego hechas desaparecer. Pese a las permanentes negativas de las autoridades, avaladas por el Poder Judicial, el caso parecía destinado a convertirse en una bola de nieve. Para impedirlo, se fraguó el siniestro montaje Era difícil poner en duda la noticia, que llegó a Chile por la vía de las agencias internacionales de noticias. Por eso, la mayoría de los medios que habían sobrevivido a la gran razzia de septiembre de 1973, la publicaron. La diferencia fue que en algunos casos y La Segunda llevó la batuta, la magnificaron, con entusiasmo. Para el periodismo chileno este es un caso emblemático. Es, sin duda el momento en que culmina la polarización que se inició a fines de los 60 y que llegó al paroxismo durante la Unidad Popular. Como lo ha mostrado Patricio Dooner en su libro clásico (Periodismo y Política), la prensa chilena mostraba dos países en un mismo territorio. Lo que era blanco para uno, era negro para el otro. Lo bueno, era lo malo y lo positivo, negativo. A partir del 11 de septiembre de 1973, la prensa que no fue clausurada, debió someterse, por la razón o la fuerza. Como señaló en 1992 un informe del Colegio de Periodistas: No puede ser juzgada la actitud de toda la prensa como proveniente de una decisión libre: para gran parte de ella hubo un condicionamiento directo, respecto a la posibilidad de seguir o no existiendo, que impidió la existencia de verdaderas alternativas libres. Pero había maneras de intentar cumplir el mandato de entregar información veraz, leal y oportuna. No todos los periodistas hicieron el esfuerzo. No todos los medios. Pero, en muy difíciles circunstancias, hubo quienes dieron testimonio de que creían en que el periodismo es un servicio. Por ello, cuando la comisión Verdad y Periodismo, creada por el Colegio de Periodistas, entregó su informe, consignó que no hay en el período una actuación en bloque: hubo, cuando fue posible, medios disidentes, pero que no encontraron el apoyo económico necesario para desarrollarse en forma amplia. Es la historia de las revistas que desaparecieron después de 1990 Apsi, Análisis, Cauce, Hoy, el Boletín Solidaridad y varios otros medios casi artesanales-pero que hablan de un núcleo que sufrió todo el rigor de la represión, que quiso mostrar la otra cara de la moneda, periodistas que fueron apaleados, acosados por la represión policial y de las servicios secretos, incluso asesinados, como ocurrió con José Carrasco y varios más. Por eso no creo en las acusaciones en bloque contra los periodistas y los medios. Tampoco creo que los periodistas no hemos hecho el mea culpa. El informe de 1992, sobre la base de información todavía incompleta de lo que había ocurrido bajo la dictadura, hizo un examen autocrítico, proyectó responsabilidades más allá de la orden profesional y, sobre todo, lanzó un reto a la sociedad para mirar hacia el futuro de manera diferente, precisamente para que no se repitieran las bochornosas complicidades. El mayor daño en lo profesional que ha sufrido gran parte del periodismo en los últimos años es la creación de una actitud pasiva, fruto de la restricción. Algunos reporteros se acostumbraron a "poner el micrófono" más que a buscar la noticia, o a recibir boletines escritos, emanados de fuentes oficiales. Para otros, sin embargo, el dinamismo periodístico no resultó dañado, desempeñando un activo periodismo de denuncia, especialmente en la década de los 80. Vale la pena dejar constancia de los nombres del grupo que hizo la investigación y la suscribió: El trabajo, encomendado por el Consejo Nacional del Colegio de Periodistas, fue realizado por siete colegiados: Sergio Prenafeta, Miguel González, Agustín Cabré, Juan Pablo Cárdenas, Lucía Gevert, Hermógenes Pérez de Arce y Luis Sánchez Latorre.
A. S. |