Las paradojas del poeta
Ni ángel ni demonio. Nadie es totalmente lo uno o lo otro, pero ciertamente a los poetas -pese a que algunos han pasado "una temporada en el infierno"- los imaginamos cercanos al cielo. Una vez, antes de la canonización de Teresita de Los Andes, escribí que Chile ya tenía "un santo laico". Era cosa, entonces, de ver cómo sus admiradores habían convertido la casa de Isla Negra, cerrada por años, en romántico santuario. Pero también hay un lado oscuro en el poeta cuyo centenario se aproxima. Su militancia política rebajó a menudo su vuelo lírico. Y cuando discrepó de algunas posturas religiosas - sobre todo en los turbulentos años 60 y 70 en Chile- su lenguaje se hizo odiosamente descalificador. Neruda, como a muchos de mi generación, me produce sentimientos encontrados. En Valparaíso han anunciado "el poema más largo del mundo". Una obra escrita por miles de anónimos colaboradores para tender un largo pasadizo de papel desde La Sebastiana al plan del puerto. Todo el mundo, en un desborde monumental de homenajes, parece que quiere asociarse al centenario. Neruda lo merece, sin duda. Fue un poeta del amor. También fue un cantor político y un poeta épico. Fue pregonero de la solidaridad con los "pobres de la tierra", de nuestra tierra y de otras; de antes y de ahora. Lo demuestra - genialmente- en el Canto General y España en el Corazón, por nombrar sólo dos obras. ¿Cuál es, entonces, el reproche? Neruda fue mejor propagandista del amor que su devoto. Al revés del "padre Gatica", además de predicar, practicó de manera obsesiva y sin mesura. Enamorado infiel, no hay dónde perderse: es preferible quedarse con su poesía que con su ejemplo de vida. Y lo mismo ocurre, lamentablemente, con su opción política. Levantó un monumento a Stalin, pero no fue capaz de bajarlo del pedestal, cuando se confirmaron las revelaciones sobre las brutalidades de su régimen. Nunca asumió, tampoco, la legitimidad de las protestas -ahogadas en sangre- de berlineses, húngaros, polacos y checoslovacos. No tuvo respeto por queridas y admiradas figuras e instituciones religiosas. En la campaña presidencial de 1964, no vaciló en descalificar groseramente al cardenal Silva Henríquez y a la Iglesia Católica. Era una reiteración maniquea de lo que años antes escribiera sobre los "frailes negros" de España. Neruda, evidentemente, no fue un político en el mejor sentido de la palabra. Tampoco un visionario, capaz de anticiparse al noble papel que habrían de jugar el cardenal y la Iglesia Católica en los duros años del régimen militar. Pero, pese a estas falencias, Neruda era -y en eso sigue teniendo toda nuestra admiración- un poeta auténtico, capaz de levantarse de las mezquindades y pequeñeces de este mundo y mirar hacia las estrellas, como proclamaba Oscar Wilde. Si creía en el materialismo, no lo demostró. Por el contrario, derrochó sensibilidad y vuelo espiritual. En suma, fue un gran poeta, pese a tantas paradojas.
Publicado en el diario El Mercurio el 2 de julio de 2004
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