Premio para el súperinspector atómico

Aunque ningún chileno ha ganado nunca el Nobel de la Paz, este galardón tiene una especial significado para los periodistas: cada año, el 10 de diciembre, está invitado a su entrega, en Oslo, quien haya sido recibido el Premio Embotelladora Andina-Coca-Cola. En dos meses más, si sus responsabilidades se lo permiten, debería viajar la directora de Canal 13, Eliana Rozas, ganadora de este año. Allí, en la capital noruega, Mohamed ElBaradei y la Agencia Internacional de Energía Atómica serán distinguidos con el Nobel de Paz.

Hace cuatro años, cuando este premio recayó en la Organización de Naciones Unidas y en su secretario general, Kofi Anan, tuve oportunidad de estar ahí. Es un rito inolvidable. Menos solemnes que sus vecinos suecos, los noruegos no exageran a informalidad, sino que buscan un justo equilibrio. Aunque tienen entre sus antepasados a los feroces guerreros vikingos, han asumido con particular entusiasmo el encargo de Alfred Nobel de responsabilizarse del galardón de la paz, el único que no se entrega en Estocolmo. El 2001, un año marcado por los ataques a las torres gemelas de Nueva York –Anan dictaminó: “Hemos entrado al nuevo milenio por una puerta de fuego”- se recordaban los cien años del legado que permitió crear los premios. Y los noruegos, pero en especial los habitantes de Oslo, lo celebraron dignamente, incluyendo un desfile de antorchas y, en esa oportunidad, un homenaje a Aung San Suu Kyi, de Myanmar, quien desde que recibió el premio en 1991 ha estado bajo arresto domiciliario o sin poder salir de su país.

La distinción para ElBaradei fue anunciada el viernes pasado. Entre los conocedores se anticipaba que la distinción tendría que ver con la lucha contra la proliferación nuclear, como una manera de recordar lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki en 1945. En una tradición que recién se consolida, cada diez años se quiere dar testimonio del rechazo a la barbarie representada por las bombas atómicas. En 1985 se premió a los médicos contra la guerra nuclear y diez años después a la organización Pugwash y a su fundador, dedicados a la promoción del desarme nuclear.

Esta vez el premio a ElBaradei es, además, un apoyo a quien ha sido blanco de reiterados ataques en los últimos años. Las furias se desataron en 2003, cuando George Bush enfocó su ira contra Saddam Hussein y sus supuestos depósitos de armas de destrucción masiva. Descrito como hombre de pocas palabras por los periodistas que lo conocen, ElBaradei, pese a las presiones, insistió en que, según sus informes, no había tales arsenales y menos, armas nucleares. Más tarde declaró que la invasión a Irak había sido “el día más triste de mi vida”. No fue, explicó, por una eventual simpatía con el régimen iraquí, sino porque las razones dadas para la guerra le parecían insostenibles. No hace mucho reiteró que “la independencia y la imparcialidad seguirán guiando mi trabajo”.

Nacido en Egipto en 1942, ElBaradei se graduó como abogado en El Cairo. La mayor parte de su vida ha estado dedicada a la agencia internacional de la energía atómica, cuya sede está en Viena. Ha dicho que está convencido y que la experiencia en Irak así lo demostró, que las inspecciones son la más eficaz herramienta para combatir la proliferación nuclear. Mejor que la guerra y las amenazas. Para remachar el argumento calificó de “increíble” que las naciones que defienden por razones de seguridad sus propios arsenales nucleares, condenen los intentos de otros países por desarrollar sus propios armamentos.

Es seguro que en Oslo, en diciembre, volverá a la carga. Quizás lo veamos en Canal 13.

Publicado en el diario El Sur de Concepción, el 10 de Octubre de 2005

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