Gente impulsiva

Los protagonistas –y algunos actores secundarios- han demostrado que tienen su genio. Son vehementes, algunos impulsivos y la mayoría siente que hace lo que tiene que hacer. Pero no se trata de una representación teatral, sino de un drama de proporciones colosales que estuvo a punto de provocar una guerra en el norte de América del Sur.

Hasta el fin de semana, la posibilidad de enfrentamientos armados entre países hermanos parecía improbable. Pero no se puede estar tranquilo. Como dijo el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza: “Cuando las armas están en la frontera el riesgo de algo indeseado siempre está ahí, y por eso es importante desactivar este conflicto pronto".

Apenas una semana antes, como en los pronósticos del tiempo, sólo se hablaba de nubarrones, no de tormentas. Bastaron algunas acciones impulsivas para desatar una salvaje sinfonía de rayos y centellas.

El Presidente de Colombia, Alvaro Uribe, quien proyecta una imagen de hombre frío y reflexivo, mostró su verdadera índole. Informado del lugar preciso en que estaba el segundo hombre de las FARC, le copió el guión a su amigo George W. Bush y ordenó un ataque al otro lado de la frontera con Ecuador. Junto a "Raúl Reyes", alias de Luis Édgar Devia, murieron otros 23 guerrilleros.

Posteriormente el gobierno de Bogotá afirmó que en los computadores de “Reyes” había comprometedores documentos e incluso llegó a hablar de una oferta de uranio para fabricar bombas atómicas. No se ha hablado mucho de esto, pero me resulta familiar. Es evidente el paralelo con el apócrifo Plan Z, supuestamente encontrado en La Moneda en 1973, o la denuncia de que Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva.

Así se encendió la mecha.

El que reaccionó primero fue un tercero en la discordia: Hugo Chávez. Aprovechó el momento y proclamó de inmediato, en un latín no muy convencional que había “Causus belli” y el domingo 2 de marzo ordenó a su ministro, como quien pide café: “Mándeme diez batallones hacia la frontera con Colombia. De inmediato”.

Hay que agradecer que el incidente no ocurriera en el límite entre Colombia y Venezuela. Ese sí que habría sido un buen motivo para la guerra.

El Presidente ecuatoriano, Rafael Correa, con obvias razones para sentirse agredido, fue el más sereno. El resultado fue que, cuando según Fidel Castro, ya estaban sonando “las trompetas de la guerra”, se logró un primer acuerdo en la sede de la OEA, en Washington. El miércoles 5, después de una larga negociación: Colombia reconoció la violación de la soberanía de su vecino del sur y éste aceptó las formales disculpas.

Quedó en claro, sin embargo, que el tema de fondo seguía pendiente. La siguiente ocasión de plantearlo fue en la Vigésima Cumbre de Río, en Santo Domingo. Ahora, según lo que opina Insulza, el siguiente partido de la serie se jugará de nuevo en Washington, en la Asamblea General de la OEA, en una semana más.

Pese al acuerdo inicial, las réplicas del terremoto no terminan. Ecuador insiste en que debe haber una condena de Colombia. En ello debería haber consenso: cualesquiera sean los motivos, la violación del territorio de un vecino sigue siendo un pecado capital. Y ningún país puede dejar abierta esta puerta. Menos un presidente, impulsivo o no.

7 de marzo de 2008

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