Plagios de alto vueloDel Consultorio Etico de la Facultad de Comunicación y Letras de la Unbiversidad Diego Portales Por la prensa se ha informado del caso del autor y comentarista peruano Alfredo Bryce Echenique, a quien se acusa de haber plagiado textos ajenos para publicarlos bajo su firma. Parece realmente insólito, ya que se trata de un autor de reconocido prestigio. ¿Por qué alguien se podría exponer así a ser sorprendido y recriminado públicamente? Consulta verbal de estudiante de periodismo.
Es imposible imaginar siquiera las razones por las cuales Bryce Echenique, contra quien los cargos son devastadores, haya incurrido en una falta ética tan grave y arriesgado tan seriamente su prestigio. En pocos días, en la segunda quincena de marzo pasado, se acumularon las acusaciones: "Los plagios exagerados de Alfredo Bryce Echenique", tituló el diario Perú 21, el cual aseguró poseer pruebas irrefutables, no de uno, sino de varios casos similares. Meses antes, en julio del año pasado, el historiador peruano Herbert Morote, acusó a Bryce de haberse apropiado de gran parte de un texto suyo todavía sin publicar. Bryce, según recordaron las agencias informativas, rechazó entonces la denuncia y sostuvo que tenía una obra que demostraba claramente que podía escribir sus propios textos, sin tener que copiar a nadie. Pero después, en esta seguidilla de denuncias, se produjo otra que es todavía más sorprendente. Según Juan Carlos Bondy, quien hizo público los antecedentes en Internet, si no me fallan los cálculos, este sería el octavo artículo cuestionado que aparece en los últimos días, en la prensa y los blogs Se trata de un breve ensayo publicado en el periódico Ideal de Granada el 19 de enero de 1996. Lo curioso de todo es que el autor, Ángel Esteban, profesor de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Granada, dedica su artículo al propio Alfredo Bryce (de hecho, lo titula Mi amigo Alfredo Bryce Echenique) y cuenta que al conocer al escritor se sintió vencido, apabullado, desbordado por su generosidad, sencillez y simpatía". Detalles aparte, lo que está claro en esta serie de acusaciones es que el plagio, es decir el atribuirse un material ajeno sin dar reconocimiento alguno al autor, es uno de los peores pecados de un periodista, escritor o comunicador. Ningún texto que se refiera a las obligaciones éticas de quien maneja la pluma (o el computador) deja de mencionarlo. Pero es evidente que se trata de algo que se supone tan obvio que las menciones son muy lacónicas. Por ejemplo. El Código de Etica vigente para los periodistas colegiados en Chile lo señala escuetamente: Son faltas a la ética profesional: el plagio y el irrespeto a la propiedad intelectual. También la ley es categórica en condenarlo, ya que se trataría de un robo sin atenuantes. La Ley 19.733 (conocida como Ley de Prensa) reconoce indirectamente los derechos del autor a través de la llamada cláusula de conciencia (pese a que no la identifica como tal). Señala en el artículo 8: El medio de comunicación social que difunda material informativo identificándolo como de autoría de un periodista o persona determinados, con su nombre, cara o voz, no podrá introducirle alteraciones substanciales sin consentimiento de éste; será responsable de dichas alteraciones y, a petición del afectado, deberá efectuar la correspondiente aclaración. Este derecho del afectado caducará si no lo ejerce dentro de los seis días siguientes. También se resguarda este derecho en otras disposiciones legales, velando precisamente por los derechos de propiedad del autor. No es una prerrogativa exclusivamente periodística, sino al contrario, es un derecho de todo creador intelectual. Lo que ocurre con los periodistas y comentaristas es que una falta puede ser más fácil de advertir. Parece ser, por cierto, lo que pasó en el caso comentado.
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