Si uno cree, como Hugo Chávez, que George W. Bush es la reencarnación del demonio (“huele a azufre”, dijo en Naciones Unidas), podría encontrar cierto simbolismo en que la elección presidencial norteamericana se celebre apenas unos días después de Halloween, el aquelarre consumista de EE.UU. Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que esto no ocurre solamente ahora. Cada cuatro años, cuando se elige (o reelige) un Presidente, sucede lo mismo: los comicios se celebran en la cabalística fecha de “el martes siguiente después del primer lunes de noviembre”.
Según las encuestas, lo llamativo este año es que los electores no terminan de convencerse. Barack Obama, el primer afro-americano que podría llegar a la Casa Blanca, lleva ventaja sobre su rival, John McCain, un típico héroe de guerra. Pero, ya sabemos bien, las elecciones se ganan cuando se ha contado el último voto y no antes. Y hasta entonces pueden ocurrir muchas cosas. Por ejemplo, en los últimos días los sondeos de opinión han ido dando mayor respaldo a Obama, especialmente después del último debate en TV.
En verdad, desde que comenzó la campaña electoral, se han producido muchos remezones y cambios inesperados.
Después del término de las vacaciones de verano, en septiembre, la lucha electoral empezò a apuntar hacia el tema económico, y John McCain se vio inicialmente como una persona “con experiencia”. Era, parecía, el candidato capaz de enfrentar las peores dificultades financieras. El “reparto” se completó cuando Obama seleccionó a un político experimentado como Vicepresidente (Joseph Biden), En ese momento, con lo que se vio como una gran sorpresa, McCain escogió a una mujer desconocida, la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, como compañera de lista. Los puntos favorables para Obama se diluyeron por unos días.
Palin aportó mucho al comienzo, pero luego mostró sus debilidades. Lo peor fue que McCain, frente a la crisis desatada, quedó al medio de una tenaza entre su apoyo a las medidas de Bush y el rechazo de los sectores republicanos más conservadores. Lo ha complicado, además, la necesidad de equilibrar su lealtad y el indispensable distanciamiento estratégico ante la imagen de fracaso de Bush.
El balance no es claro. El resultado, por ahora, se traduce en que hasta esa semana abundaban los indecisos. Por una paradoja propia de estos tempos, indecisos o no, los electores siguen con masiva fascinación el desarrollo de los acontecimientos en la televisión. Los debates y los programas políticos, incluyendo exitosos segmentos de humor, arrasan.
Les va mejor que cualquier reality
Abraham Santibáñez
16 de octubre de 2008