Victoria desperdiciada
El 5 de junio de 1967 nevó en Santiago. Lo recuerdo porque esa madrugada nos despertó un ruido extraño: un arbolito de nuestro antejardín había perdido una rama bajo el peso de la nieve. El vecindario lucía bellamente diferente en las primeras horas de ese día. Pero después, mientras el manto blanco se fundía y era reemplazado por un barro color chocolate, los periodistas -en Chile y en el mundo entero- enfrentamos otro tema: la Guerra de los Seis Días. Cuarenta años más tarde, la brillante acción bélica de esos días ha sido recordada en todos los medios. Pero la mejor síntesis es la que hizo el semanario británico The Economist: La victoria desperdiciada de Israel. No es que la guerra fuera innecesaria, comentó la revista, recordando que las hostilidades comenzaron después de que el Presidente Nasser expulsara a los cascos azules de la Onu y bloqueara el golfo de Aqaba. La contraofensiva de Israel, que destruyó gran parte de la fuerza aérea egipcia en tierra, a primeras horas de la mañana, demostró que el Estado judío era capaz de luchar con éxito en tres frentes simultáneamente. Contuvo a Egipto y ocupó la Franja de Gaza y la península del Sinaí en el sur; en el norte derrotó a Siria y conquistó las alturas del Golán, y recuperó la ciudad vieja de Jerusalén, hasta entonces en poder de Jordania. Fue un triunfo espectacular. Pese a los muchos comentarios, pocos acertaron en lo esencial. Recuerdo bien a uno de ellos. Era entonces un joven oficial de la Fuerza Aérea chilena quien escribió para una publicación del circuito alternativo: Aquí está. ¿Su nombre? Fernando Matthei Aubel. Su análisis, que demostraba su preparación que lo llevaría poco después a comandar los Hawker Hunter, los mismos que en 1973 atacaron con cohetes La Moneda, destacaba, como un dato crucial, la confianza de Israel en sus Fuerzas Armadas. En las primeras horas de la guerra, los Mirage y Mystere de la Fuerza Aérea israelí dejaron sin protección su país, concentrándose en el ataque, primero contra Egipto y luego contra los otros países involucrados. La mayoría de los 400 aviones destruidos -principalmente Migs- ni siquiera lograron despegar: sus pilotos tomaban café en tierra. En rigor, la guerra fue ganada en esas horas, aunque pasó casi una semana antes del alto el fuego. Si Matthei quería demostrar que la confianza en las Fuerzas Armadas en una situación crítica puede ser decisiva para un país, lo consiguió plenamente. Pero, como lo ha demostrado la historia, ello no basta. En los cuarenta años siguientes, Israel no afianzó la paz que podía haber asegurado tras su aplastante victoria. Y ya sabemos lo que ocurrió en Chile con el régimen militar que en un momento integró el general Fernando Matthei: lo que empezó como un pronunciamiento, con un importante apoyo de la opinión pública, terminó derrotado por esa misma opinión pública. Es una paradoja que el propio Matthei fuera uno de los primeros en reconocer el triunfo del No, en la noche del plebiscito de 1988. Este junio no nevó en Santiago. Pero, por unas horas, granizó en algunos sectores de la capital. En la televisión, una entrevistada lo dijo todo cuando habló, casi con nostalgia de esa nieve chiquitita.
Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Junio de 2007 |