El ABC de la Ética
El año pasado el gran bochorno en la prensa de Estados Unidos lo protagonizó Jayson Blair, periodista estrella de The New York Times, quien inventó reportajes y entrevistas, describió lugares donde nunca estuvo y sacó todo el provecho imaginable a las nuevas tecnologías. Tras el mal rato, el diario neoyorquino se embarcó en un profundo proceso de revisión de sus procedimientos internos, desde la verificación de los títulos profesionales hasta el detalle del gasto de viáticos, que probablemente habrían ayudado a detectar antes los abusos de Blair. Finalmente, en diciembre, luego de hacer algunos cambios significativos en el nivel de editores, The New York Times estrenó su "ombudsman", cargo también conocido en otras latitudes como "el defensor de los lectores", una especie de contralor interno, primer eslabón de una cadena de autorregulación ética. También sufrieron problemas parecidos, aunque en menor escala, otros diarios importantes de Estados Unidos, como The Washington Post, que se enredó en la cobertura del rescate de Jessica Lynch, la joven soldado hecha prisionera en los primeros días de la guerra en Irak. Pero, por supuesto, el gran problema ético de The Washington Post sigue siendo el recordado caso de Janet Cooke, la reportera que inventó a Jimmy, un supuesto drogadicto de ocho años. Resultó tan convincente que hasta le dieron el Pulitzer por ello en 1981. Paradojalmente, la distinción detonó el escándalo, por lo que se descubrió todo y tuvo que devolver el Premio. Este 2004 empezó con otro periódico en el banquillo: USA Today, bautizado en su momento como McPaper, por entregar "información chatarra", equivalente en calidad a la comida de los McDonalds. Aunque mirado en menos por los sectores intelectuales, USA Today se ha convertido en un fenómeno con el tiempo. Fue el primer diario en el mundo que tomó prestada la gráfica de la televisión y demostró que la fórmula podía tener éxito. Su estrella, hasta los primeros días de este año, era Jack Kelley. Se le veía como el prototipo de periodista sin miedo, presente en los más variados campos de batalla y con una garantía extra de seriedad: su declarada militancia como cristiano evangélico. En un universo donde el sentimiento religioso aflora con timidez, Kelley era la excepción. Además de haber entrevistado a 36 jefes de Estado, incluyendo a Yasser Arafat, Fidel Castro, el Dalai Lama y Mijail Gorbachov, se daba tiempo para hablar de su fe: "El periodismo es una vocación, declaró hace un par de años a la revista Christian Reader. Siento que Dios está contento cuando escribo y reporteo. No es por la gloria, sino porque Dios me ha llamado a proclamar la verdad y adorarlo y servirlo a través de la gente..... Como cristianos, estamos llamados a estar en el mundo, pero sin ser del mundo. Sin embargo, me temo, hay algunos cristianos que ni siquiera están en el mundo. Rehúsan mantenerse al día con las noticias. Se aíslan... Por mi trabajo me he dado cuenta de que la gente tiene más similitudes que diferencias entre sí, y que todo el mundo está tratando de vivir con un poco más de dignidad..." Eran, sin duda, palabras elocuentes, propias de un hombre que había viajado por 96 países por motivos profesionales. En estos avatares, según un resumen sin ironía de The Washinton Post, "recibió amenazas de muerte en Rusia, enfrentó el hambre en Somalia, entrevistó refugiados en los Balcanes y, según su propia versión, acompañó a un grupo de colonos judíos mientras disparaban contra un taxi palestino y a unos cubanos que desafiaron las aguas del Caribe para huir del régimen castrista". A mediados del 2003, al parecer como consecuencia de la tormenta provocada por el caso Blair en The New York Times, un denunciante anónimo hizo llegar a la dirección de USA Today la versión de que Kelley no siempre hacía lo que decía haber hecho cuando andaba tras la noticia. Cuando se le pidió que mostrara sus cartas, no pudo demostrar que había realizado una entrevista que aseguraba haber hecho en la antigua Yugoslavia, en 1999. Cuando le pidieron que, por lo menos, lograra la confirmación con una traductora contratada por el diario, al no poder encontrarla, le pidió a una colega que se hiciera pasar por la profesional en cuestión, lo que finalmente le creó una crisis de conciencia que no pudo superar. En la primera semana de enero de este año, cuando todavía no concluía el proceso interno del diario, Kelley renunció. Con ello, sin embargo, no terminó su odisea. En primer término, como señaló un extenso comentario de The Washington Post, el reconocimiento del error cometido en la investigación ("me asusté y cometí una grave falta de criterio") no implicaba necesariamente la obligación de renunciar: en ese momento tenía, como respaldo, 21 años de trabajo en el diario y el hecho de haber figurado en 2002 como finalista en el Pulitzer. Pero entonces se produjo la segunda bomba en el caso: la acusación de que, en 1998, había plagiado extensas secciones de un reportaje de The Washington Post sobre el contrabando de armas en la frontera entre Pakistán y Afganistán.. La comparación de los textos es bastante decidora, pero mucha gente sigue intrigada, ya que, como dijo la abogada de Kelley, "no tiene sentido haber ido a hacer un reportaje al otro lado del mundo y luego copiar la historia de otro periodista". También sostuvo que las orientaciones del diario al respecto no son claras: "No tiene una buena definición de plagio", dijo. Pero tuvo una réplica inmediata de la editora Karen Jurgensen, quien citó el Libro de Estilo vigente, similar al que existía en el pasado: "Los periodistas no harán nada deshonesto o ilegal para obtener (una información). No usamos las palabras, las fotografías o las ilustraciones de otra persona o de otra publicación sin reconocer su crédito". Todo lo cual, por lo menos en este ámbito, sigue siendo la biblia en materia de ética.
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