Periodistas apasionados
Cristóbal Peña es desgarbado. Aunque ya anda en los 30, parece un adolescente, de esos que crecen más rápido que su ropa, o cuyos huesos no se terminan de acomodar en el cuerpo. Es, sin embargo, uno de los periodistas estrella de su generación: la generación de transición, según él. Este año su reportaje sobre la muerte de Víctor Jara, para la revista Rolling Stone, obtuvo el primer premio en el concurso Periodismo de Excelencia de la Universidad Alberto Hurtado. El año pasado, Peña obtuvo un galardón menos satisfactorio: el secuestro por orden judicial de su obra Cecilia: la vida en llamas, una versión corregida de la tesis con que se tituló en la U. Diego Portales. Al agradecer la distinción, Peña hizo ver que su generación ha transitado en territorio hostil desde que surgió entre la dictadura y la democracia, entre la máquina de escribir y el word perfect (uno de los primeros programas de computación). Tras asistir al entierro del antiguo-nuevo periodismo, sostuvo, todavía paga un alto precio por querer nombrar las cosas por su nombre. Pero lo que más le preocupa es que la mayoría de los periodistas de la vieja escuela (como Mario Gómez López, a quien mencionó explícitamente) hoy están desaparecidos del escenario medial. En esta reflexión, apuntó derechamente contra la farandulización del trabajo comunicacional. Es necesario, insistió, en esfuerzo a fin de dignificar la profesión. Coincidente lo que no es casual- fue el mensaje que entregó en la misma ocasión, en la Universidad Alberto Hurtado, el periodista norteamericano Bill Kovach, invitado de honor en su calidad de director del Committee of Concerned Journalists de Estados Unidos. Kovach explicó que el propósito del organismo al que pertenece es de rescatar al periodismo de este nuevo mundo de la comunicación y la entretención en que se halla inmerso por efecto de la irrupción de nuevas tecnologías. Apelando a definiciones básicas, recordó que el objetivo fundamental del trabajo periodístico es proporcionar a las personas la información que requieren acerca de cómo tomar las decisiones para organizar sus vidas. Por eso, dijo, los periodistas deben trabajar verificando las noticias que entregan, transparentando sus fuentes y sin engaños. En medio del bosque de escuelas de Periodismo de Chile, hay varias que destacan. Uno de los aportes de la Escuela de Periodismo de la universidad creada en Santiago por la Compañía de Jesús es este premio, al parecer el único que se otorga a reportajes escritos, no a la obra de una vida (Premio Nacional y Premio Embotelladora Andina/Coca-Cola) o al trabajo en un área específica. El resultado se resume en un libro de casi 300 páginas, catálogo del periodismo joven actual, que se expresa en distintos medios escritos: desde El Mercurio y La Tercera a Rocinante, Paula y The Clinic. Como coincidió la mayoría de los premiados, la mejor demostración de lo lejanos que se sienten de los focos de la tele es su timidez para expresarse en público. Lo suyo es la expresión escrita y adhieren a ella con fuerza y pasión. Porque, como señala Andrea Vial, directora de la Escuela de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado, no hay vocación sin pasión. Y nadie podría llamarse periodista si no tiene esa relación simbiótica en las entrañas
Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el 15 de Noviembre de 2004 |