"Nuestro amor y fidelidad a Dios se prueban, en primer lugar. en nuestro
amor y fidelidad hacia el hombre que nos necesita.
"Jesucristo tuvo la osadía de identificarse con él.
¿Cómo se puede, entonces, ser "espiritual", si se desentiende
uno de las angustias del hombre?
"La voluntad del Señor no es otra que amar y servir al otro, eficazmente,
concretamente. no con puros buenos deseos..."
(Palabras del Cardenal Raúl Silva Henríquez, fallecido en abril de 1999)
Partamos con una afirmación categórica: No hay en este siglo en nuestro país un hombre que haya hecho tanto por tantos chilenos como el Cardenal Raúl Silva Henríquez.
A lo largo de cinco décadas de actividad, impulsó numerosas y variadas actividades que sólo se pueden resumir en un vasto catálogo de los sueños y necesidades de millones de personas.
Empezó en la década del 40. Recién ordenado sacerdote, levantó un colegio y un templo monumental en La Cisterna.
Después se convirtió en líder de los educadores católicos.
En la década de 1950, por insinuación de su amigo el obispo Manuel Larraín, se hizo cargo de Cáritas Chile, institución que llegó a ser una mini-réplica -privada- de la Corfo y , como tal, alimentó, construyó y reconstruyó y fomentó la creación de múltiples empresas.
Modelo de eficiencia, para algunos críticos esta etapa de su historia personal ha servido para caricaturizarlo como un administrador más que un pastor. Pero esa misma eficiencia y los contactos nacionales e internacionales que hizo entonces, le servirían como arzobispo de la principal arquidiócesis para encarar acuciantes problemas de los más necesitados: los pobres urbanos sin techo ni pan; los campesinos sin tierra ni derecho a organizarse: los cesantes: los niños y jóvenes sin educación ni esperanzas... y a partir de 1973, los trabajadores perseguidos, exonerados, relegados, expatriados y muertos, víctimas de sistemáticas violaciones a sus derechos humanos.
De reacciones rápidas en lo humano, huraño para algunos, aun en el ocaso de su existencia, su mirada de volvía dulce junto a los niños. Así lo dejó registrado en un conmovedor video, el cineasta Ricardo Larraín.
Signo de contradicción, conforme al mandato evangélico, el Cardenal Silva Henríquez era, al mismo tiempo, un hombre de paz. Y, como tal, atenaceado por la angustia, se acercó sucesivamente en 1978 a dos Papas en los momentos en que recién iniciaban su pontificado, para pedirles que intervinieran en el inminente conflicto armado entre Chile y Argentina. Con Juan Pablo I, debido a su muerte inesperada, no tuvo suerte. Pero sí con su sucesor, Juan Pablo II.
Aunque no hubiera realizada nada más, los chilenos (y también los argentinos) debemos agradecerle al Cardenal Silva su gestión. No fue él quien logró la paz. Pero la hizo posible.
Calificado a menudo (o descalificado) como político, el Cardenal pidió perdón por los errores que creía haber cometido. Pero no incluyó en ellos su profunda fe. En los momentos cruciales de su carrera, el Cardenal nunca olvidó ni dejó que se olvidara lo esencial: su condición de sacerdote, de pastor siempre urgido por el amor de Cristo.
El día de Pentecostés de 1982, al presidir una gran asamblea de jóvenes en la catedral de Santiago, recalcó:
Quiero hoy compartir con ustedes, una vez más, mi fe y mi amor a Jesucristo. A El lo conocí desde niño en el seno de mi familia. A El le consagré mi vida en mis años de juventud. Y a El también he procurado servir como Pastor de la Iglesia. Tengo la experiencia y la certeza de que sólo en Jesús, reconocido como Maestro y Señor, se puede encontrar la plenitud de la vida y el sentido profundo de nuestra historia.
En la hora de su muerte, el mensaje final del Cardenal Raúl Silva Henríquez fue una reiteración de su profundo amor a Chile y a los chilenos.
Al cerrar el último tomo de sus Memorias, aseguró:
"En el balance provisorio de las alegrías, yo he sentido que mi pueblo me comprendió..."
(...)
"Sé muy bien que no existe una de mis pobres virtudes que me haga acreedor de esta generosidad ebullente y desbordada; la recibo sólo como testimonio de amor hacia una Iglesia que ha querido ser justa, limpia y translúcida".
Es la tranquila serenidad de un hombre de fe, que se reconoce susceptible de errores e insuficiencias.
En materia de errores, como es comprensible, no ha habido mucha insistencia. Pero el propio Cardenal, sobre todo en los últimos años, no rehuyó hablar de un episodio que le pesó profundamente en su ánimo.
En el último tomo de sus memorias, en el cual abordó el tema de las nada fáciles relaciones con el gobierno militar, describió en detalle la petición al Papa Paulo VI de que no se pronunciara con la energía con que el propio Pontífice quería hacerlo, contra los excesos que marcaron los meses siguientes al 11 de septiembre de 1973.
El episodio, que revela un debate lleno de dudas e interrogantes, se produjo luego que el Papa, el 7 de octubre de ese año, hiciera una referencia directa a Chile. De inmediato, en la Plaza de San Pedro, comentó que "es cada día más evidente el carácter irracional e inhumano del recurso a la ceguera y a la crueldad de las armas homicidas para establecer el orden o, más exactamente, la dominación represiva de algunos hombres sobre otros".
El punto, recordó años después el Cardenal, era que estaban circulando por el mundo demasiadas versiones truculentas, ciertamente exageradas y se temió que el Papa hubiera reaccionado frente a estas falsedades. Se temía, además, que cualquier posibilidad de diálogo con el nuevo gobierno fuera destruida por un llamado excesivamente vehemente de Roma como una carta que se llegó a anunciar por esos días.
Tras largo debate, finalmente se decidió que el propio Cardenal le pidiera a Paulo VI que no enviara la misiva. El 3 fe noviembre, luego de una reunión de una hora y diez minutos, el Papa accedió a no publicar la carta. Insistió, eso sí, que "era necesario velar por que la Iglesia chilena ,mantuviera sus grandes orientaciones: la independencia frente al gobierno, cualquiera que éste fuese; la defensa de los derechos humanos de todos, y el apoyo a las conquistas sociales de los trabajadores".
Comenta en este punto el Cardenal: "Me he sentido responsable por muchos años de que esta intervención mía diera lugar a las críticas que, especialmente en la prensa europea, se lanzaron sobre aquel gran Papa, acusándolo de silencio y hasta de indiferencia frente a la situación de Chile".
Peor aún: dos años después, cuando el Cardenal Silva creyó adecuado un pronunciamiento del Papa, este, "con esa sabiduría excepcional que siempre tuvo, me dijo escuetamente: 'Esa oportunidad ya pasó'".
Como fuere, durante años, no por expiar una imaginaria falta, sino por ser consecuente con su conciencia y con la petición de Paulo VI, el Cardenal Silva se mantuvo firme en la denuncia de todos los abusos y todos los excesos. Y hoy, los que hace años lo condenaron con dureza, han sido los primeros en reconocer, como lo han hecho los militantes comunistas, que el Cardenal nunca tuvo reticencias a la hora de defender sus derechos y, sobre todo, sus vidas.