Chávez, hombre afortunado
A los chilenos nos cuesta comprender lo que ha pasado en Venezuela. Hace unos meses parecía una reedición de las tensiones que nos llevaron a nuestro 11 de septiembre de 1973. Las imágenes de un largo paro nacional de actividades, de Caracas convertida en escenario de mortales tiroteos y de los reiterados enfrentamientos físicos y verbales, auguraban un final parecido al del régimen de la Unidad Popular. Cuando se instaló un nuevo régimen en el Palacio Miraflores, todos revivimos la tragedia chilena de comienzos de los setenta. Pero el libreto, tan similar allá y acá, sufrió en abril de 2002 un vuelco profundo: Hugo Chávez sobrevivió al intento de golpe y recuperó el poder. Sus enemigos no perdieron la esperanza: fracasada la violencia, quedaba todavía la vía constitucional. La oposición -una fuerza transversal que reúne a las más variadas agrupaciones políticas, a los empresarios y a los trabajadores- se jugó entera por el referéndum revocatorio. Nadie creía que Chávez pudiera ganar esta batalla. El mismo reforzó esta impresión con su cerrado rechazo al proceso de reunión de firmas para oficializar la votación. Nuevamente las imágenes del caos inundaron los televisores del continente. Cundió la idea de que si no había sido expulsado por la fuerza, lo sería en las urnas. Para los chilenos, el paralelo ya no era con Allende, sino con Pinochet de 1988, cuando perdió un histórico plebiscito. No ocurrió así. Es que Chile y Venezuela, muy parecidos en muchos aspectos, tienen también muchas diferencias. Tres, por lo menos, en esta coyuntura: el petróleo, "la viga maestra" de la economía venezolana, la carencia de un líder opositor y -lo más importante, quizás- la carismática personalidad de Chávez. El petróleo ha sido la bendición y la maldición de Venezuela. Dinamiza la economía, pero su riqueza genera un atractivo irresistible a la corrupción. En el largo período de gobiernos civiles que siguió a la caída del dictador Pérez Jiménez, la esperanza democrática se marchitó por el derroche y el afán de lucro personal de la casta gobernante. Estas mismas sombras conspiraron contra la posibilidad de capitalizar el descontento contra Chávez. Sin un líder ni un proyecto opositor, para importantes sectores venezolanos su triunfo -por las armas o por los votos- significaba simplemente abrir nuevas interrogantes. Pero el factor fundamental de esta ecuación fue el propio Hugo Chávez. Como jefe de Estado puede tener carencias, pero como candidato es imbatible. Es hábil: el mismo día en que perdió la batalla contra el referéndum, se puso en campaña y convirtió su derrota en una victoria "de la democracia" y de la "Constitución bolivariana". Es también un hombre con suerte: la bonanza del petróleo le permitió financiar su política populista. Pero, además, la incertidumbre en Medio Oriente ha hecho vacilar la postura norteamericanas que pasó de un franco antagonismo a un acercamiento cada vez más amistoso. No es casual que el nuevo embajador en Caracas sea William Brownfield, ex representante en Santiago, quien se fue de Chile en medio de unánimes elogios. Es fácil comprender por qué los proyectos del Presidente venezolano miran ahora -sin falsos pudores- a largo plazo. Ya se aseguró la Presidencia hasta el 2007. Pero entonces, dijo, insistirá en un nuevo período.
Publicado en el diario El Sur de Concepción el lunes 23 de agostode 2004 |