Sin "manilleos" ni discursosHay mucho que decir sobre la muerte de Francisco Coloane. Probablemente nunca será suficiente, dada su gigantesca estatura en las letras chilenas. Esta vez, sin embargo, me gustaría profundizar un poco en el silencio -pedido por él mismo- con el cual nos sorprendió en su hora final. Me recordó a Luis Hernández Párker. Según Hernán Millas, su colega y compañero de labores de muchos años en "Ercilla", "Hachepé" no quería que lo "manillearan", un neologismo suyo por esa sorda disputa entre quienes quieren apoderarse de una manilla de la urna y aparecer en la foto. Aunque no hubo discursos en sus funerales, Hernández Párker no logró plenamente sus deseos: su muerte fue demasiado notoria, en un encuentro que muchos han creído voluntariamente provocado. En receso laboral por la suspensión de la actividad política, la materia prima de su existencia profesional, y con graves problemas cardíacos, no atendía los consejos médicos. En Tongoy seguía haciendo alarde de su capacidad como nadador. Y su última noche en este mundo bailó incansablemente en una fiesta de matrimonio a la cual había sido invitado con María Inés Solimano, su esposa. También -un detalle que han subrayado varios testigos- pese a su declarada falta de fe, se hizo tiempo esa noche para hablar con el sacerdote que había oficiado en la boda, buscando no se sabe qué. Quizás una absolución... En un momento y un mundo donde la mayoría de los protagonistas de la noticia no teme revelar sus intimidades, todavía queda gente como Coloane que prefiere ir en silencio al descanso eterno. Más aun, él y Hernández Párker coincidieron en su deseo de ser cremados. Evitaron así el triste y solitario olvido final, tan frecuente en los cementerios tradicionales. Cada vez que visito el cementerio parroquial de San Bernardo, veo nichos por los cuales pasan los días, los meses y los años sin que nadie se preocupe de renovar las flores que quedaron ahí, en un rito deslavado, para un cumpleaños o para el Día de Difuntos. Es que la muerte, pese a la modernidad y la post-modernidad, nos sigue complicando la existencia. Para los jóvenes es, generalmente, el resultado de un brutal accidente. Para el resto, a medida que pasan los años, es una certeza, que se reafirma cada vez con mayor frecuencia, cuando muere un familiar o un amigo. Pero es, sobre todo, un misterio que sobrecoge, frente al cual los que sobreviven quieren y necesitan el consuelo de sus cercanos. El fallecido -para los creyentes, al menos- necesita de oraciones. Pero los que quedan en este mundo precisan algo más. Quieren que se les diga, una y otra vez, que el difunto: padre, madre, hermano, hijo, hija o simplemente amigo era una persona digna de ser recordada, cuyo paso por este mundo dejó una huella. Por eso la necesidad de compañía. Y también -aunque Hernández Parker logró póstumamente que no los hubiera- la apetencia por los discursos y los recuerdos emocionados que a veces nos muestran facetas ignoradas de gente que uno creía conocer bien. Obviamente, aquí aparece el peligro de los que sólo quieren lucirse con discursos que son una colección de lugares comunes y cuya presencia es nada más que una forma de robar cámara... o coger manilla. Debe haber sido lo que temía Coloane.. Publicado en el diario El Sur de Concepción el Sábado 10 de Agosto de 2002 |