"Condi": a pesar de los errores.
A Condoleeza Rice la oposición demócrata le hizo pagar duramente su confirmación como nueva Secretaria de Estado, la primera mujer "afro-americana" que dirige la política exterior de Estados Unidos. Su aprobación en el Senado no fue un mero trámite, aunque al final, el miércoles pasado, logró superar todas las barreras. La principal objeción fue, naturalmente, su decidido apoyo a la Guerra en Irak, aunque reconoció en el Congreso la posibilidad de que se pudieran haber cometido "errores". No fueron pocos ni menores esos errores: no había armas de destrucción masiva en Irak; tampoco fue correcta la estimación inicial del tiempo que se requeriría para que los iraquíes pudieran recuperar el control de su país. Pero "Condi" tuvo la mayoría necesaria en el senado y, lo más importante, ya en noviembre George W. Bush había logrado también la mayoría necesaria para ser reelegido y el jueves 20 de enero, en una fría mañana en Washington, inició las fastuosas celebraciones de lo que no pudo hacer su padre: un segundo período en la Casa Blanca. La sabiduría popular norteamericana (apoyada en la más elemental estrategia política) sostiene que la diferencia entre el primero y el segundo mandato es que al comienzo el gobernante debe preocuparse más que nada de asegurar su reelección. En los cuatro últimos años, en cambio, su meta consiste en consolidar su imagen ante la historia. Eso implica, generalmente, una revisión de su "carta de navegación". Un gobierno con la pretensión de dejar su impronta en la historia del mundo debe dar una amplia mirada al entorno internacional y promover un programa de solidaridad y seguridad para todos. Al mismo tiempo, debería desembarazarse de quienes le han impreso un sello más duro. Bush no procedió así. Y no piensa cambiar. Reemplazó en la Secretaría de Estado a Colin Powell por Condoleeza Rice y mantuvo en la Vicepresidencia a Dick Cheney y en el Pentágono a Donald Rumsfeld. Como dijo un profesor de la Universidad de Nueva York citado en el diario La Nación: "Con este equipo no se puede esperar un cambio de dirección". Lo más decidor, sin embargo, fue el discurso del propio Jefe de Estado. En 1961, en un momento crítico de la Guerra Fría, John Kennedy se levantó como una fuerza inspiradora cuando planteó, en su mensaje inaugural, una serie de desafíos a sus compatriotas. Ahora se sabe que nada quedó al azar: Kennedy trabajó largamente el texto, hizo que una secretaria lo transcribiera pero hasta el último minuto lo estuvo revisando y haciéndole cambios. También tomó clases con un especialista para mejorar su voz y su pronunciación. Pero, indudablemente, pese a haber sido elegido precariamente y a la desventaja de ser el primer católico que llegaba al poder en un país de fuerte tradición protestante, puso en marcha una leyenda que ha sobrevivido a las muchas fallas sobre su carácter y su vida privada que se han ido conociendo. Su mensaje fue directo: Estados Unidos enfrentaba la conquista de una nueva frontera. Era una invitación a la unidad nacional y a un despliegue de imaginación creadora. Bush, en cambio, hizo el milagro semántico de no referirse directamente al 11 de septiembre (habló de "un día de fuego") ni a Irak o a Afganistán. Habló del terror, pero no usó la palabra "terrorismo". Sobre sus proyectos empleó términos muy generales. Y en cuanto al resto del mundo, no se dirigió a sus aliados sino que puso su mayor énfasis en los disidentes de regímenes opresores:"La libertad llegará a aquellos que la aman". Lo que ocurra en el futuro dependerá de los cálculos que se hagan en la Casa Blanca. Y de que no se cometan graves "errores".
Publicado en el diario La Prensa Austral de Punta Arenas el 29 de Enero de 2005 |