El 11 de septiembre y el Nobel.(Segunda parte del discurso del periodista Abraham Santibáñez, al agradecer el premio Embotelladora Andina-Coca Cola)
En las semanas últimas, a partir del 11 de septiembre, hemos vivido momentos de angustia y horror, de suspenso y temor. Pero antes de profundizar en las implicancias que esto tiene para el periodismo y los periodistas, me gustaría subrayar un aspecto directamente relacionado con el motivo de esta reunión: el Premio Nobel de la Paz. Recordemos que justo al cumplirse un mes de los atentados en Estados Unidos, cuando el mundo entero, los norteamericanos y sobre todo los habitantes de Nueva York rendían su emocionado recuerdo a las víctimas de la gran tragedia, en Oslo se daba a conocer el Premio Nobel de la Paz. La siguiente es una cita del cable del 12 de octubre: La ONU y su secretario general, el ghanés Kofi Annan, fueron galardonados hoy con el premio Nobel de la Paz 2001 por "su trabajo en favor de un mundo mejor organizado y más pacífico", anunció el Comité Nobel noruego. Fin de la cita. Ya lo he dicho en algunas entrevistas. De las muchas cosas buenas que tiene este premio, una de las mejores, sin duda, es su asociación con una iniciativa tan noble como la del Premio Nobel de la Paz, un desafío que ahora es mayor aún de lo que era hace cien años cuando se empezó a conceder. A lo largo de este siglo, el mundo -nuestro mundo- atravesó por dos guerras mundiales; vio el auge y el fracaso de un primer esfuerzo de colaboración internacional como fue la Liga de las Naciones; se comprometió más tarde a no repetir nunca más las aterradoras experiencias de las bombas atómicas; de los refugiados sin hogar, sin país y sin esperanza; de los crímenes justificados por las ideas, el color de la piel o las creencias políticas o religiosas y las atroces violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, aunque se avanzó mucho -mucho más de lo que nos parece en estos días sombríos- no se ha logrado garantizar la paz. Por el contrario, en estos años, marcados en su inicio por la preocupación de Alfred Nobel por el terrible poder destructor de la dinamita, el avance tecnológico produjo armas nunca antes imaginadas, con un poder aniquilador que, si se usaran, nos llevarían a un trágico epílogo, al "final de la historia" en el cual no habría triunfo alguno, nada que celebrar ni nadie para hacerlo. Es lo que ha planteado un conocido nuestro, el Dr. Rushworth Kidder, en una referencia que en nuestra Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información nos ha impresionado profundamente. Kidder dice que, dado este enorme poder, que se suma al fenómeno de la globalización, no vamos a sobrevivir en el presente siglo si nos guiamos solamente por las normas éticas del pasado. Después de Chernobyl, ha dicho, debemos aprender a medir las consecuencias de los acontecimientos en una dimensión planetaria. Es, sin duda, como sabemos ahora, lo que ocurrió con las angustias que fueron preparando el terreno para la acción terrorista contra las torres gemelas el 11 de septiembre y lo que ha sucedido después. Ninguna profesión o actividad detenta la responsabilidad total en este complejo escenario. Tampoco una sola autoridad. Pero es evidente que en el caso de los periodistas, la globalización de las comunicaciones, la facilidad de acceso a ellas y su instantaneidad, nos obligan a una reflexión más profunda. Por eso, esta tarde, en este ambiente festivo, que agradezco, siento que debemos encarar, aunque sea someramente este panorama, que oscila entre el terror y la esperanza, entre la violencia y los esfuerzos por asegurar la paz, y preguntarnos qué papel cabe en él a los medios de comunicación y, muy especialmente, a los periodistas. Veamos -brevemente- qué ha ocurrido en el ámbito informativo a partir del martes 11 de septiembre. Un primer análisis nos muestra que la noticia, al comienzo, fue primordialmente televisiva. Millones de seres humanos en todo el mundo no olvidaremos nunca esos instantes en que, en vivo o en diferido, vimos la dramática secuencia del segundo avión que atravesaba ante nuestros ojos la torre sur en Manhattan.. Pese al brutal sobrecogimiento experimentado por todos nosotros, debemos reconocer que el impacto terminó por banalizarse, por repetido, hasta permitirnos ignorar que en los aviones y en los edificios atacados había seres humanos que estaban siendo cruelmente asesinados. Se convirtió en cierto modo en una secuencia más del cine de acción; quizás de una serie de televisión. O, si prefieren, de un juego computarizado. Por eso, como quiero explicar ahora, en este análisis uno debe partir por lo obvio: la primera noticia de estos atentados la tuvimos por la televisión y la radio. Pero hay algo más que agregar. Pero no fue suficiente y debimos recurrir a otros medios. Por una parte nos ayudó, como nunca antes, el Internet, la más nueva tecnología en uso. Pero también hubo que apelar a la más vieja de todas, la que para mi gusto sigue siendo la más confiable: la imprenta, ese invento revolucionario de Juan Gutenberg que ya tiene más de 500 años.
[Índice] [1. Ser Periodista] [2. El 11 de septiembre y el Nobel] [3. Los medios y su circunstancia] [4. Un servicio indispensable] [5. "No me arrepiento de nada"]
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