El Presidente Frei fue el único capaz de sacar cuentas alegres al día siguiente de la primera vuelta electoral. La Concertación, proclamó, sigue siendo mayoría. En rigor lo es, pero el cálculo parece impropio de un ingeniero acostumbrado a manejar cifras: con 46.437 votos todavía sin escrutar, la mayoría de Ricardo Lagos sobre Joaquín Lavín era en ese momento de 30.781 votos, lo que ciertamente no es mucho...
Con más realismo, los dos finalistas de la competencia se dedicaron de inmediato a lo suyo: a asegurarse un margen más sólido para el 16 de enero, cuando basta un voto de diferencia para hacer mayoría, pero el aumento o disminución de la brecha -o, peor aun, un vuelco en las posiciones- es de vital importancia.
Lavín sabe que su tarea es no cometer errores. Lagos, en cambio, debe hacer una revisión profunda.
La mejor señal de su disposición en este sentido, prueba de que efectivamente tomó nota del mensaje de los electores, fue la incorporación de Soledad Alvear a su comando. Su papel, como mujer y como demócratacristiana, puede ser crucial.
Precisamente las mujeres y la clientela demócratacristiana fueron responsables en gran medida de que se frustrara el deseo de la Concertación de asegurar su tercer presidente el mismo 12 de diciembre. No falló la estructura oficial del partido, que se embarcó lealmente en la tarea; tampoco el candidato, que tuvo gestos claros hacia el PDC. Pero una importante masa flotante, que por generaciones había votado junto a los demócratacristianos esta vez no lo hizo. Influyeron varios factores, sin duda: el trauma de la Unidad Popular para los mayores de 40; la insólita mención del aborto terapéutico por Lagos, un tema sin importancia real en la actualidad médica, pero que puso de relieve diferencias valóricas sustanciales; la falta de entusiasmo de algunos altos dirigentes del PDC, empujados por la dinámica de las primarias. Todo ello pesó, sin duda, al momento de la votación.
Y, de este modo, todos los pronóticos sucumbieron.
¿Qué habría ocurrido si Gladys Marín hubiera tenido la cuota de votos pronosticada?
Ese tres o cuatro por ciento que le fue negado a la candidata comunista, pese a su notable performance en la campaña, pudo haber significado el desastre de la candidatura de Lagos. Felizmente no fue así, pero es evidente que el equilibrio precario que se registró al final de la primera vuelta, deja abiertas muchas incógnitas.
Debemos sumar, a este recuento algo más: el peso de la insensibilidad de la autoridad económica, personificada en el ministro Eduardo Aninat. No parece presentable que haya asegurado su futuro personal al precio de no aflojar la estrictez de su política. Respondió tarde y mezquinamente ante la crisis.
Y hay más: reiteradas muestras de sectarismo y prepotencia, han desilusionado a muchos simpatizantes de la Concertación, sin contar con problemas como el mal manejo de la crisis de los trabajadores del teatro Municipal o el mismo caso Pinochet.
Suma y sigue. A la hora del análisis no se puede dejar de lado la notable actuación de Joaquín Lavín como candidato. Es legítimo preguntarse si sería capaz -en caso de triunfar- de responder a las expectativas generadas. Pero, como ha señalado el propio Ricardo Lagos, es evidente que Lavín interpretó adecuadamente el cambio del electorado en el último cuarto de siglo, la desaparición de algunos hábitos que creíamos fuertemente arraigados y la aparición de otros nuevos.
Y está, por último, la gran verdad: las diferencias -no sólo entre Lavín y Lagos, pero principalmente entre ellos- no son tan dramáticas como se veían a la mitad de este siglo que ya termina. El cardenal Silva Henríquez recordaba que, de vuelta de Roma, en vísperas de la elección de Pedro Aguirre Cerda, un trabajador de la construcción le hizo un gesto de degollamiento, recordando seguramente la dolorosa confrontación de España en llamas. En los años 70, Fernando Krahn ilustró, en revista Ercilla, una elección con una fila de votantes que avanzan hacia la urna colocada en un tablón, sobre la boca amenazante de un volcán. Esa era la sensación reiterada una y otras vez, mientras los chilenos ensayábamos múltiples proyectos, desde el frentepopulismo al nacionalismo, desde el radicalismo a la derecha de Jorge Alessandri, pasando por las banderas idealistas de la democracia cristiana y luego de la Izquierda Unida, aquella que, con el pueblo, jamás sería vencida...
Hoy no hay proyectos radicalmente distintos. Ni se podrían poner en práctica. Por eso los votos fueron escasos para los candidatos chicos. Eran obviamente inviables. El realismo, la convicción de que el futuro está en la gran mayoría que no reconoce filas partidistas, es probablemente la fuerza rectora tras la votación de diciembre. Fue, apenas, un paréntesis, no una paralización agobiante a la espera del triunfo de una u otra utopía. Hubo excesos verbales, principalmente de sectores que deberían ser más medidos, en todo sentido (ver comentario anterior), pero al final parece haberse impuesto la cordura.,
Esa cordura, más un esfuerzo de quienes prefieren un proyecto como el que representa Ricardo Lagos, puede ser la mejor manera de empezar el nuevo año...
Es nuestra firme esperanza.
Abraham Santibáñez