Editorial

Teóricos sobre ruedas en Santiago

En estos días -en un ejercicio teórico que no parece calzar con nuestra realidad- hará su estreno en sociedad la nueva panacea para los problemas de contaminación atmosférica de Santiago: las vías exclusivas en días de pre-emergencia y emergencia.

Pese a la oposición de algunos alcaldes -los de la Concertación optaron por el silencio, no se sabe si resignado o compartido- lo que llama la atención es el entusiasmo desbordante de los propietarios de vehículos de locomoción colectiva. Mientras la opinión pública en términos generales ha manifestado sus reservas, más que nada ante los efectos prácticos de las nuevas medidas, Demetrio Marinakis estuvo exultante como no se le veían desde hace años. Más aún, aseguro que la autoridad iba por el camino correcto y una vez que esta medida muestre sus beneficios, se llegará a lo más importante: las vías completamente segregadas (léase propias) para la locomoción colectiva.

Si se considera la indudable buena fe de los autores de la iniciativa, lo que corresponde es darles tiempo. Pero la verdad es que hay materias donde los experimentos son costosos y de efectos negativos. Este puede ser el caso.

Razones hay varias. La principal es que, a pesar del entusiasmo del señor Marinakis, lo cierto es que desde hace muchos años, ninguna de las promesas de su gremio se ha cumplido. Sólo por ley han aceptado algunas medidas, pero nunca todas y jamás en los tiempos fijados por la autoridad.

Temas como los horarios que se anunciaron en los comienzos del gobierno de Aylwin jamás fueron respetados. Tampoco los paraderos diferidos. Lo que ocurrió con los cobradores automáticos no necesita de mayores explicaciones.

Pero lo más grave de todo es la actitud del gremio de microbuseros: propietarios y choferes. Cuando quieren solucionar sus disputas, unos y otros lo hacen a costa del servicio que deben ofrecer. Si hay asaltos a los choferes, lo que es lamentable y debe ser repudiado, se paraliza el servicio. Si hay asaltos a las garitas, lo mismo. Si no ganan lo suficiente, unos y otros, igual.

La noción de servicio público se perdió junto con el fin de la ETC, la empresa del Estado que permitía un cierto nivel de regulación y control. Después se impuso el mercado y así estamos, sin que haya habido poder en esta tierra capaz de variar las cosas.

Por ejemplo, cuando se intenta que los conductores tengan un poco más de formación, el tema se va diluyendo de a poco, hasta quedar en nada. ¿Resultado? Cientos de ciudadanos -a pie o en automóviles particulares- pagan cara la osadía de ponerse delante de un bus conducido por un irresponsable que no tiene idea de las leyes de la dinámica, de los tiempos de frenado... o del respeto a las vidas ajenas. Las vías segregadas empezaron por la separación de pistas y los automovilistas no tienen más remedio que respetarlas, porque corren graves peligros si no lo hacen. Pero ¿y los choferes de microbuses?

La autoridad dice que la alternativa lógica es la solidaridad y que ella se expresa dejando los automóviles, en casa. Pero lo que se ofrece a cambio revela una notable ingenuidad... o falta de experiencia directa con la locomoción nuestra de cada día. Aunque siempre hay excepciones, los conductores, que se autocalifican de “profesionales” no actúan como tales. Pero, arriba de sus vehículos (las “máquinas”, en su lenguaje) aceleran sin consideración, frenan de la misma manera y las conducen por dónde mejor les parece sin pensar en riesgos ni disposiciones del tránsito.

No es seguridad lo que tendremos a cambio de una hipotética mejoría del aire capitalino. Y sí es probable que tengamos una ciudadanía enojada, no porque tuvo que dejar sus autos en casa, sino porque el servicio de cada día no mejora en los barrios populares, supuestamente los que se están considerando de manera prioritaria.

Ojalá nos equivoquemos.

Abraham Santibáñez