GUERRILLA ¿LITERARIA?
La mala suerte de la ministra de Educación quiso que se viera envuelta en la peor guerrilla: la de las palabras. Como se sabe, al momento de decidir el Premio Nacional de Literatura del 2000, se registró un empate que debió dirimir ella, como presidente del jurado. Según el relato de Miguel Arteche, tuvo no pocas vacilaciones, lo que ya era malo. Pero lo que encendió la mecha de la discordia fue que decidió a favor de Raúl Zurita, un poeta que ha hecho de la polémica y la provocación uno de sus dos puntos fuertes. El otro es su militante adhesión a la Concertación pero, sobre todo, al Presidente Ricardo Lagos. Como era de esperar, se desataron las furias literarias que en Chile gozan de una muy larga y bien nutrida historia. Pero no todo es cosa del pasado. También hay querellas recientes. Algunos de los premios nacionales de los tiempos de la democracia han generado sismos menores. En 1998, por ejemplo, fue discutido Alfonso Calderón, quien sin duda merecía el Premio de Literatura pero tal vez podía esperar. Hubo quienes se sorprendieron porque fuera elegido por encima de otros candidatos, incluso uno como Guillermo Blanco, quien ostenta una vasta y maciza obra. Para muchos, el Premio de Periodismo que recibió Blanco un año después (1999) resultó una especie de consuelo. Guillermo es Periodista ¡qué duda cabe!, pero es más escritor todavía. Lo ha demostrado con Gracia y el forastero y con sus maravillosos cuentos, empezando por Adiós a Ruibarbo, obra maestra de la sensibilidad. Y en periodismo, la mayor parte de su obra pertenece precisamente al área del comentario, que hermana periodismo y literatura como ninguna otra. Pero, en fin, si se quería hacer justicia, ello se logró. Esta vez, en el caso de Zurita, la tormenta tuvo varios frentes. Uno fue la conformación del jurado: dos rectores universitarios, propios de la era light que vivimos, distantes de las grandes figuras de nuestro pasado académico, y dos escritores, ambos premiados. Resultado aritmético: dos votos por Delia Domínguez, apadrinada por la Academia Chilena de la Lengua, y dos votos por Zurita. Llamada a dirimir, la ministra se inclinó por quien fue agregado cultural en Italia en el gobierno de su padre. Se ha dicho que el premio debería estar en manos de los escritores, ya que la SECH (Sociedad de Escritores de Chile) promovió su creación. Se ha replicado, no sin razón, que ello podría llevar a litigios peores, en un universo poblado por capillas mayores y menores donde el recuerdo de las épicas batallas entre Neruda y De Rokha todavía sobrevive. Y no olvidemos las que recién comienzas, como la de Hernán Rivera, autoproclamado el García Márquez chileno, contra el resto del mundo. Se ha criticado que ahora el Premio como parte de la herencia del régimen militar- se entregue solo cada dos años y que se haya establecido una tradición de darlo alternadamente a poetas y prosistas. Chile, país de poetas según se dice, ¿será capaz de alimentar una corriente continua y premiable de poetas? Eso sin contar que en estos agitados años de la post-modernidad, puede surgir en cualquier momento una nueva tradición para premiar a los representantes de las muchas minorías discriminadas Lo ocurrido es solo el estallido de una crisis que acumuló presión por años. En su génesis, además, hay que tomar en cuenta que si bien el gobierno de Pinochet rebajó efectivamente la frecuencia del premio de uno a dos años, aumentó substanciosamente su monto. Es de temer que, de todas las razones esgrimidas, la de fondo sea que el galardón se ha transformado en la mejor jubilación con perseguidora en el actual régimen previsional. Abraham Santibáñez
Si las penas con pan son menos, está claro que los honores, con un buen billete, son más apetecibles.
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