Editorial:

Primavera difícil (pero no mortal)

Septiembre de 2000

Como la vida no es un juego de salón, no se puede decir, en el momento en que se llega a un callejón sin salida: “Empecemos de nuevo”. Pero hay veces en que los chilenos quisiéramos poder empezar de nuevo.

Los más nostálgicos -y más viejos- quisieran retroceder hasta la “década prodigiosa”, los años 60, cuando todos éramos más jóvenes y las utopías parecían al alcance de nuestras manos. Todavía no moría heroica, pero inútilmente el Che Guevara en Bolivia: no terminaba, dolorosa, pero inútilmente, la Guerra en Vietnam; no salían a las calles de París, de Roma, del mundo entero, incluyendo Columbia, Berkeley y Tlatelolco, ilusionados, pero inútilmente, los estudiantes...

Los que sobrevivimos, aprendimos. El sufrimiento nos hizo más sabios. Y también más desconfiados. ¿Cómo creer en una “poesía militante”, después de ver a Neruda abjurar de sus loas a Gabriel González Videla? ¿Cómo valorar una democracia -la nuestra- que creíamos excepcional, y que no fue capaz de imponer la razón sobre la fuerza? ¿Cómo recuperar las esperanzas que teníamos en el periodismo de Lenka, H.P., Ramón Cortez o Santiago del Campo padre, si vimos impotentes como se cerraban medios, se perseguía, encarcelaba, torturaba y mataba a periodistas e intervenían las universidades sin que la sacrosanta opinión pública se conmoviera?

Pero debimos seguir adelante. El juego no se podía detener. Y ahora, cuando el torbellino, apenas un remolino en verdad comparado con los huracanes del pasado, empieza a agitarse de nuevo, algunos quisiéramos empezar de nuevo aunque sabemos que ello es imposible. Que no hay más remedio que seguir adelante y tratar de enderezar el rumbo desde dentro. O sea, “arar con los bueyes que tenemos”.

Pero no es tarea fácil. El discurso polìtico, después del encanto inicial de la campaña presidencial, se estrella con la realidad del abuso (las indemnizaciones millonarias en Correos son un buen ejemplo), la insensibilidad (leemos que hablar de los problemas de los trabajadores es “perder el tiempo”) y una guerrilla verbal que para siempre -pero no solamente- quedará marcada por los excesos de la señora Cordero.

El año 2000, de contornos mitológicos cuando uno lo miraba a la distancia, ha llegado y está pasando, con más pena que gloria. No ha llegado al extremo que obligó a la Reina Isabel a concluir que había vivido un “annus horribilis”. Pero hemos tenido un invierno largo y duro. Una economía que avanza, pero más bien arrastrándose pesadamente que despegando. Y despliegues permanentes en la prensa de denuncias y acusaciones que sólo confunden y abruman.

Este no es el Chile que queremos. ¡No puede serlo! No es el Chile que uno percibe en septiembre, al llegar la primavera.

Si no podemos decir: ¡Todo de nuevo!, por lo menos digamos: revisémoslo todo y tratemos de corregir el rumbo, apuntando de veras al reencuentro, mirando más hacia adelante que hacia el pasado. No es demasiado tarde, pero podría llegar a serlo.

Abraham Santibáñez