Editorial

El afrecho olímpico

Septiembre de 2000

Creo que ahora sabemos definitivamente a qué atenernos: la culpa no es del chancho, sino del papá que le da el afrecho. Jorge Ríos, que de tiempo en tiempo debe asumir la responsabilidad por las salidas de madre de su hijo tenista, ha reconocido que fue él quien le aconsejó a Marcelo que no sirviera de portaestandarte de los chilenos en Sydney. Más tarde, tras el final de su breve paso por la competencia de individuales en tenis, emitió una curiosa explicación, en la que aseguró que lo mismo le pasaría -”con todo respeto”- al Presidente Lagos si este, invitado a la Casa Blanca, no pudiera entrar con su madre por no tener invitación para ella.

Este enredo no parece ser tan efímero como se pudo pensar Inicialmente. La mala actuación de hijo había dado para otra explicación-no-explicación: “No me pude concentrar porque el Presidente Lagos me pidió una explicación”, dijo el miércoles 20, después de perder su único partido como singlista. Es indispensable recordar que el Presidente dijo que el deportista le debía una explicación al país -no a él-, afirmación que reiteró el 19 de septiembre ante los periodistas televisivos que lo entrevistaron en La Moneda.

Por supuesto, todavía está pendiente la resolución del Comité Olímpico que decidió analizar a su regreso a Chile la negativa de Ríos a llevar la bandera nacional. Recordemos que el joven prodigio, a falta de mejor vocabulario consideró que encontraba “penca” todo lo ocurrido.

Tal vez en otras fechas, este desaire habría pasado inadvertido. Y es probable que la ira no dure mucho. Ya al día siguiente de conocerse el desaguisado salieron algunos defensores a pedir calma. Pero el “18” es el “18”, por lo menos en Chile, e incluso los olvidadizos que no ponen bandera en su casa sintieron que el “Chino” los ofendía en lo más personal de su patriotismo al renunciar tan livianamente al honor que tanto le costó obtener.

Todavía no está dicha la última palabra en esta historia, pero lo más probable, como ya ocurrió con la polémica por el Premio Nacional de Literatura, es que los dardos apunten, más que al protagonista (Marcelo Ríos en este caso, Raúl Zurita, en el otro) a quienes tomaron las polémicas decisiones: las autoridades del deporte nacional, presididas por Ricardo Navarrete, y el jurado encabezado por la ministra de Educación, Mariana Aylwin.

El paralelo puede no ser muy exacto, pero resulta ilustrativo de un estilo que está en la mesa de discusión: las decisiones deben ser transparentes si queremos sentirnos realmente merecedores de la etiqueta de los menos corruptos de América Latina. Y en este asunto hay muchas decisiones poco transparentes: ¿Porqué Ríos de abanderado, en primer lugar? ¿Por qué, como se preguntan muchos ahora, con sentimiento de culpa, fue elegido “el mejor deportista” del siglo XX? Tampoco se ha desmentido que a Ríos se le pagaron 70 mil dólares por ir a los Juegos Olímpicos. Claro, era la gran carta chilena. Pero ¿vale la pena? ¿Sobre todo si, además, exige un tratamiento especial: ser el abanderado y entradas en primera fila para los suyos?

Con razón Erika Olivera se puso en una posición equidistante. Sin estar de acuerdo con el joven tenista nacional, criticó a los dirigentes deportivos chilenos porque si estaban dispuestos a darle un trato preferencial, bien debieron ser coherentes y no mezquinarle en detalles menores.

Pero, la verdad, es que la lección más profunda de este episodio es que no deberían mezclarse dos dimensiones tan diferentes del deporte como son los amateurs y los profesionales.

Es cierto que en fútbol la presencia de Zamorano mejoró tanto el rendimiento como el ánimo de los jugadores. Pero ¿quien nos representa realmente? Por otra parte, es tan profesional Nicolás Masssu como Marcelo Ríos. Lo que pasa es que uno es un ser normal, que actúa como tal y que comparte los valores de la mayoría de los chilenos y el otro es un producto de la sociedad de consumo y de un padre que se creyó el cuento de la “mentalidad ganadora” y le ha sacado suculento provecho.

No debe haber sido esta la primera vuelta que se dé en su tumba el Barón Pierre de Coubertin, que creía que importaba más competir que ganar. Tampoco la última. Por lo tanto, si había una lección que aprender aquí, seguramente se quedará a medio camino entre Australia y las costas chilenas.

Abraham Santibáñez