Por qué Mónica GonzálezSantiago 16 de Julio de 2001 Cada dos años, cuando se acerca la fecha mágica en que se deben discernir los Premios Nacionales, un estremecimiento recorre los corazones de los muchos profesionales de las distintas disciplinas que creen merecerlo... o necesitarlo. Al cambiar las reglas del juego, el régimen de Pinochet lo hizo tremendamente atractivo -es una buena jubilación con perseguidora- pero al mismo tiempo empequeñeció las razones para desearlo. Este año corresponde premiar a un periodista. En su momento, cuando se estableció este galardón, eran cuatro distinciones anuales, que tenían escaso incentivo económico pero que eran, sin duda, un aliciente para quienes laboraron oscuramente en los tiempos previos a la televisión. Así se reconocieron méritos de grandes redactores, grandes reporteros, grandes fotógrafos y grandes dibujantes. Hoy, con el Premio reducido a uno cada dos años, es evidente que muchos distinguidos periodistas no lo van a lograr en sus vidas. Para los profesionales de regiones se ha hecho difícil, aunque no inalcanzable, pero sí para los reporteros gráficos o algunos grandes caricaturistas, especialmente aquellos que se distinguieron en la oposición a la dictadura. Hoy vale más un minuto en televisión que una vida frente a la máquina de escribir y el computador. Vale más un garabato en cámara que un buen comentario, bien argumentado y elegante. Vale más una impertinencia -no al estilo de Eugenio Lira, por cierto- qué una investigación seria. Hasta ahora el Premio ha sido entregado, pese a estas limitaciones, a quienes tenían méritos para recibirlo. El que muchos periodistas hayan quedado al margen no disminuye el mérito de quienes merecidamente han sido premiados en los últimos años. Pero cuando se acerca la fecha de discernirlo y se escuchan cómo se despiertan los apetitos, uno no puede dejar de sentir temor porque esta vez, finalmente, también el jurado del Premio Nacional de Periodismo ceda ante alguna de las muchas tentaciones que están al acecho. Por una convicción personal muy profunda, porque creo que tiene méritos más que suficientes, me he empeñado personalmente en la promoción de la candidatura de Mónica González Mujica. La conocí bien en los años en que trabajamos juntos en La Nación. He seguido su tarea periodística desde antes, especialmente por los riesgos que corrió en los años 80, cuando investigaba y escribía en Cauce. Me maravilla que, pese al paso del tiempo, no ha perdido el entusiasmo de esos años y sigue investigando y golpeando, revelando situaciones que algunos preferirían que no se conocieran. Y lo hace con altura de miras, con seriedad y profundidad. Cuando escribí el comentario que se publicó a comienzos de julio en El Sur de Concepción que se incluye en esta edición (1), no sabía que en esa misma semana se había agregado un nuevo galardón a su larga lista de distinciones: el Premio María Moors Cabot, que entrega la Universidad de Columbia y que es el equivalente al Pulitzer para periodistas extranjeros. Sentí que podía pasarnos lo que ya pasó con Gabriela Mistral: que la premió el mundo antes que los chilenos reconociéramos oficialmente sus méritos. Por eso es de desear que el premio lo reciba Mónica González este año.. O alguien con parecidos méritos de capacidad y consecuencia.
Abraham Santibáñez
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