Prat, la violencia y la normalidadSantiago, 20 de Octubre de 2002 Es interesante ver como la discusión sobre la obra Prat ha servido para poner en el tapete los valores y los temores de nuestra sociedad. A nombre de la modernidad se nos ha dicho que todo cabe. Y, también, que debido a que el Estado no puede discriminar, está bien que Fondart haya premiado esta postulación. Creo que es un error confundir planos diferentes. Efectivamente es parte de la libertad de expresión la posibilidad de encontrarse con presentaciones de gusto discutible y escasa calidad. Durante años, cuando era director de la revista Hoy, Emilio Filippi se apoyó en una cita de Voltaire para sostener que incluso cuando no se compartían las ideas, uno debía estar dispuesto a dar la vida por el derecho del otro a exponerlas. Lo anterior no implica, sin embargo, que junto con la vida, deba contribuir financieramente a su difusión o presentación. El Estado discrimina todos los días. El mercado también discrimina. Miles de autores han muerto sin ver jamás una obra suya publicada o puesta en escena, y aunque nos gustaría que todos tuvieran la oportunidad de hacerlo, sabemos que ello no es posible. ¿Por qué razón, entonces, financiar la obra Prat y dejar en el tintero un nuevo montaje de Romeo y Julieta? ¿O cualquier obra de cualquier otro autor? La verdad es que no hay cómo asegurar, simultáneamente, una oportunidad para todos con la satisfacción del gusto de todos. Hay otros términos que también vienen al caso: prudencia, mesura, por ejemplo. Por eso, después de todo, el episodio más sorprendente de esta serie de episodios sorprendentes se dio en la noche del pre-estreno de la obra cuando a uno de los representantes de los sectores moderados que se oponen a la obra, se le preguntó qué opinaba acerca de los golpes que recibió un camarógrafo de Chilevisión. Su respuesta, que debería haber sido rechazada por quienes realmente defienden los intereses del gremio y de la libertad de expresión fue que eso no es violencia: Es normal que les peguen a los camarógrafos. Si ese es nuestro sentido de la normalidad, ya no queda nada más que comentar...
Abraham Santibáñez
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