Una oportunidad para la esperanzaSantiago, Domingo 13 de Abril de 2003
Para muchos comentaristas, la gran derrotada en esta guerra ha sido la Organización de Naciones Unidas o, mejor dicho, el sistema internacional que se creó después de la Segunda Guerra Mundial. Si uno mira el desprecio por la vida de los iraquíes, hombres, mujeres y niños; la ninguna garantía que se dio a los periodistas que no estaban incrustados en las tropas anglo-norteamericanas, pese a las muchas disposiciones internacionales; o la avidez por repartirse los despojos -grandes o pequeños- de la guerra, hay razones más que suficientes para el desánimo. Pero esta guerra -aunque muchas la califican como la primera del siglo XXI, también podría ser la última del siglo XX, o incluso un retazo olvidado del siglo XIX- también ofrece oportunidades para la esperanza. La primera de todas es que, aunque el Presidente George W. Bush haya logrado imponer su voluntad, es evidente que no ha convencido. Ya sabíamos que con las bayonetas se pueden hacer muchas cosas, menos sentarse sobre ellas. Lo mismo ocurre con armas más modernas, incluyendo las inteligentes: no ayudan a pensar a quien no sabe o no quiere hacerlo. La visión del mundo del ocupante de la Casa Blanca no ha mejorado porque un soldado -hijo de inmigrantes- colocó una bandera norteamericana sobre una de las múltiples estatuas de Saddam Hussein. Hoy se incuba, en el mundo árabe, una reacción que ningún líder logró antes: ni Nasser ni Gadaffi ni el ya desgastado Presidente palestino Yasser Arafat. Que esta reacción se convierta en una hoguera alimentada irracionalmente por el nacionalismo o, lo que sería peor, el fundamentalismo religioso, no es impensable, pero es poco probable. Aunque los comentarios de las últimas semanas han sido muy sesgados y el propio Hussein se cubrió de un manto de respetabilidad islámica, no debe olvidarse que el Baas es un partido laico, lo que explicaría su falta de afinidad con el terrorismo de Osama bin Laden, aunque el Pentágono o la Casa Blanca traten de contarnos otra historia. El tema de fondo es, precisamente, el de la esperanza. Escasea en estos días. Pero existe. Y encuentra nutrientes todos los días. Médicos que quieren ir voluntariamente a ayudar a las víctimas de la guerra. Niños, en todo el mundo, que expresan su horror ante lo ocurrido a otros niños en Irak. Ellos, como todos los que han vivido en vivo y en directo los combates de estos días, difícilmente jugarán en el futuro con soldaditos de plomo o de plástico. Sin quererlo, los responsables de estos bárbaros ataques podrían haberle hecho un gran favor a la causa de la paz. La única condición es que la comunidad internacional -los gobiernos y los pueblos- así lo comprendan y se pongan de acuerdo y refuercen las Naciones Unidas para impedir que se repita esta tragedia. La presencia de Chile en el Consejo de Seguridad, pese a todos los problemas y frustraciones, debe entenderse hoy como una oportunidad y un motivo de esperanza. Nuestra tradición diplomática lo hace posible. Y nos obliga a estar a la altura.
Abraham Santibáñez
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