Editorial:

Muchos machos... ¿para qué?

Santiago, 27 de Octubre de 2003

Con Machos se ha repetido el fenómeno que de tiempo en tiempo conmueve a nuestra televisión: el caso de una teleserie que concentra el mayor rating del momento y monopoliza muchas –no todas, pero muchas- conversaciones. De tiempo en tiempo, como pudimos apreciar con estudiantes de Primer Año de Periodismo, se esgrimen convincentes argumentos a favor y en contra de las teleseries: su mayor o menos acercamiento a la realidad, especialmente. Pero también se habla de un fenómeno de enajenación que, por lo menos en un caso conocido, ha llevado a una peligrosa confusión entre personas y actores, entre fantasía y realidad, como fue el caso de la actriz Liliana Ross, que en la vida real sirvió para que se difundiera el comentario de que “Valentina” había resucitado...o no había muerto verdaderamente.

El fenómeno de las teleseries no es nuevo. Ni siquiera la intensidad con que llegó Machos a su final. Tampoco es nuevo que parte del público se confunda y no distinga la frontera entre la realidad virtual y la realidad-realidad. Ya en el Quijote vemos el resultado de una lectura descontrolada de libros de caballería. En su momento de gloria, Sir Arthur Conan Doyle generó un fenómeno parecido con Sherlock Holmes, su detective imaginario pero con domicilio conocido. Y suma y sigue.

Pero es evidente que la magia de la televisión, en la medida que nos acerca a situaciones reales, como la infidelidad, la homosexualidad, el machismo de una parte importante del Chile más tradicional, hace reconocibles temas y personajes, logrando que muchos se identifiquen con lo que ocurre en el set de televisión. La novedad, en buenas cuentas, está en la masividad del fenómeno: hoy hay más televisores que nunca en Chile. Y la televisión abierta dejó de ser, hace tiempo, un producto con alguna pretensión elitista. Hoy, encandilada por el people meter, se ha convertido en devoradora de talentos, buscando el máximo de sintonía, donde la justificación fundamental sigue siendo débil, pero se plantea con persistencia: solo con muchos televisores encendidos sacaremos los canales del abismo financiero. Canal 13, de la Pontificia Universidad Católica ha llevado al extremo estas reivindicaciones y sus propias autoridades sostienen, sin dejar lugar a las dudas, que con Machos han recuperado el público joven al cual le han dado ejemplos de tolerancia y pluralismo, como sería la presencia de un homosexual no afeminado. Del mismo modo, se sostiene que esta recuperación del público joven pasa por el empleo reiterativo de su lenguaje aunque, como ocurre con el cine chileno, vayamos directamente al uso de textos que permitan leer en pantalla lo que se dice, pero que no se entiende, por la defectuosa pronunciación “a la chilena”, sin contar con el agobiador lenguaje coprolálico.

Machos ha batido records. Seguro. Pero ¿vale la pena? ¿Es esto lo que se proponían los pioneros que pusieron en marcha el canal católico hace casi medio siglo? ¿Es lo que quieren las actuales autoridades de la Iglesia Católica?

¿Hay alguien que quiera, o puede responder estas interrogantes?

Abraham Santibáñez

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