Un incisivo hombre blancoSantiago, 4 de Enero de 2004 El éxito de ventas con que terminó el año el libro Estúpidos hombres blancos* no se puede atribuir solamente al tono desenfadado de su autor, el multifacético Michael Moore, quien dirigió la película "Bowling for Columbine". Hay algo de eso, que reconocerán fácilmente quienes han visto algunas de las hazañas de Moore en la serie "The Awful Truth" en la televisión. Pero el principal ingrediente de Estúpidos hombres blancos es la documentada (y despiadada) crítica al Presidente George W. Bush, a la forma cómo llegó al poder y cómo lo empezó a ejercer, ya que la obra se cerró en 2001, en la víspera del ataque terrorista contra las torres gemelas, antes de Afganistán, antes de Irak..... En un ejercicio de la libertad de expresión que todavía puede chocar a más de algún chileno, lo de Moore es una explosiva mezcla de sarcasmo y sólidos antecedentes que no son tranquilizadores, pero que permiten entender mejor lo que ha ocurrido en los últimos años, incluyendo los curiosos episodios de Navidad y Año Nuevo, cuando el mundo entero sufrió un espasmo de inquietud generado en la Casa Blanca. Nada hay más efectivo que un informe de seguridad que previene contra peligros innombrables, pero que todos podemos imaginar claramente desde el 11 de septiembre de 2001. Los resguardos extras en el Vaticano, la Torre Eiffel, y en los aviones con destino a Los Angeles, además de un sistema de rigurosa inspección, incluyendo fotografías y huellas dactilares para todo el que pretenda entrar a Estados Unidos, dieron al mundo entero la sensación de que estábamos bien cuidados a todo evento. Pero ¿lo estamos realmente? ¿Es este el mejor sistema? ¿Es necesario? En el epílogo para la edición inglesa de su libro, Michael Moore recordó 1984, la obra maestra de George Orwell, y sostuvo que hoy, el Líder, el equivalente del Hermano Mayor, se ve obligado a costear una guerra permanente. Necesita que los ciudadanos vivan en estado de constante temor hacia el enemigo a fin de que le concedan todo el poder que desea: como la gente quiere sobrevivir, renuncia de buena gana a sus libertades. Naturalmente, el único modo de conseguir esto es convenciendo al pueblo de que el enemigo está en todas partes y de que su amenaza es inminente. Escrito hace una semana, este texto resultaría duro y chocante. Pero es de julio de 2002. Ello lo hace, por decir lo menos, profético y aterrador.
Abraham Santibáñez
|
* Ediciones B. Buenos Aires. Septiembre 2003.