Editorial:

La arremetida de Lavín

Santiago, 14 de marzo de 2004

Opacada por los brutales atentados de Madrid, la autoritaria maniobra del aspirante presidencial de la derecha sólo se podrá medir en toda su magnitud con el paso del tiempo. Por ahora, el balance es confuso. Para algunos, hubo un descabezamiento por parejo de los dos partidos de la Alianza, única manera de resolver la impasse. Para otros, el tratamiento de una y otra colectividad fue notoriamente asimétrico, aparte de que Pablo Longueira había manifestado hacía tiempo su deseo de alejarse de las responsabilidades del mando, que no era el caso de Sebastián Piñera.

Pero las mayores discrepancias en los comentarios se han producido al evaluar la motivación y la forma de actuar de Joaquín Lavín.

No está claro, porque no corresponde a su estilo, que haya sido él quien planificó el detalle y el fondo de su intervención. Aunque, según su propia versión, sí conversó con el diputado Longueira, no lo hizo con el ex senador Piñera, pese a que necesita a ambos partidos –y en ese momento ambos eran presidentes de la UDI y de RN respectivamente- para su segundo intento de llegar a La Moneda. Más contradictorio aún es que, pese a un anuncio anterior de que prescindiría de los partidos políticos una vez que se instalara eventualmente en el palacio de gobierno, haya dado un golpe autoritario que estaban obligados a aceptar, pero que dejó heridas profundas en las dos agrupaciones....

Es posible que para algunos sectores esta estrategia sea aceptable e incluso bienvenida. La Derecha tiene una historia de “triunfos” con candidatos independientes que no siempre han logrado el necesario respaldo en el Congreso Nacional. Es más que evidente que mientras no se reforme el sistema electoral, el binominalismo le dará a un eventual presidente como Lavín un mejor apoyo que el que nunca tuvo Jorge Alessandri.

Un triunfo en estas condiciones generaría, sin embargo, un gobierno minado desde la base. Puede resultar atrayente ofrecer un gabinete compuesto por tecnócratas y no regido por cuoteo alguno. Pero, tarde o temprano y generalmente más temprano de lo que se cree, hay dificultades, asoman las diferencias y las ambiciones y, sobre todo, comienzan los cálculos para la sucesión. La buena voluntad se diluye, el espíritu de cooperación desaparece junto con el entusiasmo inicial y los chilenos podemos vernos de regreso a las pesadillas que hoy consideramos –con razón- superadas.

El liderazgo no se construye a golpes: sean de timón, de efecto o de estado. Por el contrario, es la delicada aunque firme capacidad de aunar voluntades tras una meta común. Y de proyectarse atinadamente hacia el futuro.

Las acciones recientes del alcalde de Santiago no parecen estar, por ahora, a la altura de estos desafíos.

Abraham Santibáñez

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