Casi en el final de la transiciónSantiago, 31 de Julio de 2005 En un par de semanas, luego que se aprueben en el Congreso Pleno, debería haber terminado la larga transición chilena. El Presidente Aylwin quiso ponerle fin en sus cuatro años de gobierno, pero fue imposible: la presencia del general Pinochet en la Comandancia en Jefe del Ejército dejaba poco margen de maniobra. Tampoco lo permitía la dura coraza mental de la Derecha, todavía bajo el encantamiento del supuesto salto adelante que habría dado Chile y que insistía en desconocer su elevado costo. Finalmente, el tiempo ha ido dejando caer todos los velos. Hoy día parece imposible creer que alguna vez el tema de los detenidos desaparecidos haya sido motivo de mofa o que la Operación Colombo mereciera un cruel titular de La Segunda (Exterminados como ratas). También parece un chiste que Pinochet amenazara con terminar con el estado de derecho si tocaban a uno solo de sus hombres. Termina la transición o así parece. Pero la amarga lucha por los cupos parlamentarios en las filas de la Concertación y de la Alianza, y la certeza de que otras fuerzas, como el Juntos Podemos difícilmente lograrán una representación justa nos indican que todavía persiste un gran escollo para la auténtica democratización: el sistema binominal, que genera inevitablemente un empate entre la mayoría y la primera minoría y excluye al resto. Y está presente, aunque esta vez parece que se resolverá por la vía del veto como ha sido el compromiso, la generalizada desconfianza ante la libertad de expresión y de prensa. La última demostración la proporcionó el Congreso, cuando la Cámara de Diputados aprobó una nueva coraza para sus propios integrantes y un grupo de privilegiadas personalidades por la vía de la restricción de las informaciones sobre la vida pública. Ya hay acuerdo para resolver este desatino, pero cabe preguntarse por qué no se evitó todo el embrollo en su momento, obviando dicha disposición antes de su nacimiento. Probablemente el presidente del Colegio de Periodistas se sobreactuó al tratar de pelotudos y carerraja a quienes estaban tras este acuerdo, pero hay que reconocer que el exabrupto permitió, al menos, que imperara la razón. O, por lo menos, que se prometiera restablecer su imperio.
Abraham Santibáñez
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