Editorial:

Nombres y casos que (nos) conmocionan

Santiago, 27 de Agosto de 2006

Para Carlos Peña, hasta ahora Vicerrector Académico de la Universidad Diego Portales, el tardío reconocimiento del escritor alemán Günter Grass de su paso por las tropas nazis debería servir de ejemplo más que de motivo de escándalo. Así lo planteó en su columna dominical:

“¿Cuántos en Chile son capaces de esa tardía y mínima grandeza que mostró Günter Grass esta semana?

”Muy pocos, sin duda. En cambio todos pretenden que no tuvieron un ápice de responsabilidad en las cosas dramáticas y crueles que ocurrieron en Chile y que el recuerdo de Frei ha traído de nuevo a la memoria.

”Desapareció gente, hubo degollamientos, se cometieron crímenes varios e incluso es probable que un ex Presidente (sin duda uno de los más brillantes que han florecido en Chile) haya sido envenenado, pero en ese conjunto de estropicios aquí nadie tuvo nada que ver. Nadie actuó, nadie omitió lo que debía hacer, todos fueron engañados, todos fueron sorprendidos”.

Más de una vez hemos discrepado del profesor Peña. Pero nos parece que en esta oportunidad ha estado particularmente acertado. Las sospechas sobre la muerte del Presidente Frei Montalva, originadas en la nebulosa que rodeó sus últimos días, no han sido aclaradas por quienes podían y debían hacerlo. Peor aun: numerosas situaciones tanto o más oscuras, tampoco han sido encaradas a fin de lograr su esclarecimiento. Incluso la llegada del juez Baltasar Garzón es, para algunos sectores, un motivo de reproche y no la ocasión de un reencuentro con las responsabilidades tanto tiempo eludidas.

Cualesquiera fueran las reacciones que nos produjo la detención de Augusto Pinochet en Londres, ahora hay un amplio reconocimiento de que ese momento fue un hito histórico. La comprobación de que el ex-dictador, pese a sus fanfarronadas constantes, antes y después de abandonar La Moneda, era vulnerable, abrió compuertas cerradas hasta entonces. Lo más visible fue el destape de la prensa, iniciado por The Clinic, pero que en poco tiempo se extendió a gran parte de los medios. La redescubierta libertad se tradujo en excesos en algunos casos, pero lo importante es que el periodismo recuperó la voz. Lo mismo ocurrió en otros ámbitos, lo que no ha hecho fáciles las cosas para los gobiernos de la Concertación, pero nos ha permitido afianzar la práctica del ejercicio cada vez más amplio de los derechos ciudadanos.

Esta historia se construyó sobre la base de miles de esfuerzos individuales. Es una historia del heroísmo de algunos, el exceso de temor de otros y los reproches cruzados de vastos sectores militantes. Durante años hemos vivido bajo el sorprendente monopolio de quienes creen que su dolor los convierte en jueces del resto. No es fácil, por cierto, mostrar independencia ante este totalitarismo del sufrimiento. Pero ahora sabemos, porque esa es la lección de Grass y –concomitantemente, de lo que se va sabiendo de la muerte de Frei Montalva- que ningún grupo tiene derecho a dar lecciones morales a los demás. Lo dice de manera notablemente ponderada el citado comentario de Carlos Peña:

“Por eso creo que Günter Grass en vez de regalar un pretexto a todos los que aguantan la respiración y guardan silencio acerca del pasado -con la consabida frase de que se probó una vez más que nadie puede tirar la primera piedra- acabó dando una lección. Ante el pasado no todos los gatos son pardos: hay algunos que están dispuestos, incluso tardíamente, a reconocer que actuaron mal y otros que ni siquiera ante la evidencia más obvia son capaces de un mínimo reconocimiento”.

Nada más que agregar.

Abraham Santibáñez

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