El populismo hay que tratarlo con cautelaSantiago, 24 de Setiembre de 2006 La incontinencia verbal del Presidente Hugo Chávez ha rebotado en Chile como la ola gigante de un tsunami. Y, como un tsunami, ha dejado al descubierto el fondo marítimo sobre el cual navegan nuestros sueños e ilusiones. Al calor del debate acerca del voto por el asiento latinoamericano en el Consejo de Seguridad, se ha dicho de todo, lo que hace difícil enhebrar un comentario. ¿Cómo incluir en una misma nota la frivolidad de Chávez, que alaba el libro de un autor que da prematuramente por muerto, y la falta de compostura de su embajador? ¿Cómo no creer que todo esto no es sino un complejo juego estratégico destinado a facilitar la votación de Chile, cuya importancia es relativa, salvo en términos publicitarios? ¿Cómo entender el comentario del columnista Carlos Peña que ve en Chávez el abanderado de un nuevo estilo diplomático y que estima que la abundancia de dinero le permite estos excesos que no serían el exotismo de nuevo rico, sino una pura racionalidad instrumental. Se refiere el comentarista Peña -hay que suponerlo- a las misiones de ayuda directa entregada por Venezuela a los pobres de Harlem, a los enfermos de diversos países del continente y al empobrecido gobierno cubano, sin importar el descuido en que quedan amplios sectores en su propio país. Es un estilo que en estos tiempos, gracias a la revolución de las comunicaciones, puede hacerlo inmensamente popular en muchos lugares, al revés de lo que ocurrió antes con otros populistas con dinero, como fue el caso de Juan Domingo Perón, hace medio siglo. Perón, también ajeno a las elites dominantes, gastó los recursos de que disponía en beneficio de sus propios compatriotas y generó así una adhesión perdurable entre los argentinos con derecho a voto. Más de medio siglo después de su abrupta salida del poder, en 1955, la nostalgia de los buenos tiempos de Perón se demostrado extraordinariamente perdurable. Desaparecido Chávez, es probable que su recuerdo sea efímero. Para Chile, la lección es que ni en la Argentina de Perón ni en la Venezuela de Chávez hay un modelo válido. Debemos labrar nuestro futuro sobre la base de los intereses compartidos con los países vecinos, pero no podemos caer en el engaño de promesas de amor que no van a superar la prueba del tiempo.
Abraham Santibáñez
|