Editorial:

Transantiago: la última oportunidad

Santiago, domingo 25 de marzo de 2007

Seis semanas y media después de su puesta en marcha, el Transantiago finalmente obligó a medidas drásticas.

Durante todo este período, aunque sea doloroso reconocerlo, las soluciones entregadas han sido, como dijo la oposición, solo aspirinas para una grave enfermedad. Los atrasos en la infraestructura y el equipamiento (GPS que faltan, buses enchulados y entregados tardíamente, paraderos y vías exclusivas a medio levantar), por una parte, las deficiencias del diseño de la red original y, por supuesto, la falta de compromiso de algunos operadores, por otra, generaron un clima insostenible.

Más que una revuelta ciudadana –siempre posible- el gran peligro es la parálisis de la ciudad que normalmente no resiste grandes lluvias u otras emergencias.

Ya se ha hablado del deterioro de la calidad de vida, aunque cabe la sospecha que los denunciantes sean quienes nunca antes se preocuparon del tema. Lo mismo ocurre con quienes ahora se preocupan de las largas caminatas, como si estas no fueran un tema con larga historia.

Pero es evidente que nada habría sido tan duro de soportar si no fuera por las enormes expectativas que se crearon y a las cuales contribuyó abundantemente el hoy vapuleado Iván Zamorano. Se nos hizo creer que el nuevo sistema de transporte no tendría problemas, lo que contradice las lecciones de cualquier experiencia similar. También se nos aseguró, como ocurrió en su tiempo con las autopistas concesionadas, que los tiempos de desplazamiento se acortarían milagrosamente.

Nadie nos preparó, como si se tratara de un espectáculo que había que “vender”, para las inevitables dificultades, las insuficiencias y los ajustes que necesariamente habría que hacer tras la partida del nuevo sistema.

La lección es clara: cuando hay un problema, un buen diagnóstico es apenas el comienzo. Junto con la puesta en marcha se requiere de un análisis de eventuales tropiezos.

Hoy día, según parece, ya se conocen los principales puntos críticos, todos los cuales deben ser abordados de manera simultánea: el Metro, los recorridos mal calculados, los equipos que faltan y, sobre todo, la voluntad de dar a los santiaguinos –es decir, a buena parte de los chilenos- un trasporte mejor que el que tenían.

No es tarea fácil. Pero debe enfrentarse con decisión y, ojalá, un poco más de optimismo que el que vimos en estas seis semanas.

Abraham Santibáñez

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