Editorial:

El “harakiri” de Fujimori

Santiago, 23 de setiembre de 2007

Como ocurrió antes con Pinochet, en Chile no faltaron los lamentos por lo que algunos sectores extremos consideran el injusto destino de Alberto Fujimori. En su país, en cambio, la situación se tomó con más equilibrio. “No me alegro por su odisea, señaló el periodista Gustavo Gorriti, pero es necesario que se haga justicia para impedir que surjan otros aventureros como él”.

Gorriti tiene autoridad moral para hablar: hace quince años sufrió igual que cientos de sus compatriotas, una arbitraria detención por parte de la policía secreta de Fujimori.

Quienes añoran el régimen de “el Chino” están convencidos de que impuso el orden en el Perú. Así fue, por lo menos en apariencia. Pero fue la paz de los torturados y los muertos.

Una síntesis de esta visión la expuso el sábado, en una carta a El Mercurio, el lector Gonzalo Aguirrebengoa B. Escribió en relación con los casos "Barrios Altos" y "La Cantuta", que quienes murieron allí eran "personas que incitaban a la violencia, con secuestros, coches bomba, provocando terror en la población". Otro lector, Carlos Canalez Véliz, le respondió mencionando un solo caso. Preguntó en otra carta: “En esta calidad, ¿él califica también a Javier Ríos Rojas, asesinado en "Barrios Altos", contando a esa fecha con sólo ocho años de edad?

Aunque, según las encuestas, la mayoría de los chilenos aprueba la extradición de Fujimori y confía en que se hará justicia, es evidente que hay sectores en nuestro país que todavía no hacen la necesaria reflexión acerca de la forma de combatir el terrorismo y la violencia.

Fujimori gobernó creyendo que la violencia sólo podía ser erradicada con más violencia y ello sirvió para amparar, adicionalmente, otros delitos, como el abuso de poder y la corrupción generalizada. Cuando llegó a Chile pensaba que tenía una estrategia que le permitiría regresar en gloria y majestad... y que si no era posible, por último siempre tenía un “plan B”, que era postularse como senador en Japón.

Hasta ahora no tuvo éxito alguno. Además, hizo posible que se inaugurara una nueva etapa en materia de justicia internacional. Con razón un diario limeño tituló el domingo, tras su regreso, con una sola palabra: “Harakiri”.

Es el mejor epitafio para un plan que fracasó porque nunca consideró valores fundamentales. Por ejemplo, el respeto a la vida humana y a la dignidad de las personas.

Abraham Santibáñez

Volver al Índice