Un grande (pero imposible) debateSantiago, 15 de Junio de 2008
No me atrevería a decir que fui amigo de Jaime Guzmán Errázuriz. Sin embargo puedo decir que lo conocí, conversé con él varias veces y que, aunque partidario de la dictadura, tuvo gestos generosos, especialmente en materia de derechos humanos. Ya se sabe que trató de lograr que el general Augusto Pinochet frenara a Manuel Contreras. Ahora que el Mamo suma condenas por casi 300 años de presidio, hay que reconocer que Guzmán trató de apagar el incendio en la fuente misma. Creo que indagar acerca del alma de una persona es meterse en su intimidad más preciada y, por cierto, no hay manera humana de entrar en ese tipo de juzgamientos. Por eso no me gusta la polémica que generó el columnista Carlos Peña en El Mercurio. Es un combate desigual entre quien pone la razón en primer lugar y quienes creemos que hay otros valores en juego en la vida humana. El verdadero debate que yo quisiera ver en estos días, y del cual nos privó la mano que asesinó al senador Guzmán, sería precisamente entre estos dos espadachines de la palabra, cada uno brillante polemista. Uno de los méritos públicos de Jaime Guzmán era precisamente su habilidad en la discusión. Cuando era todavía una figura emergente en A esta hora se improvisa, recuerdo haber llamado la atención en Ercilla sobre este joven de anteojos de marco grueso que tan bien se lucía en las pantallas en blanco y negro de ese tiempo. Respecto de Carlos Peña, muchos chilenos coincidimos en que es un escritor brillante, que se apoya con solidez en citas extraídas de sus abundantes lecturas y que, sobre todo, se niega tenazmente a rendirle culto al qué dirán. Sin embargo, como cualquier ser humano, no siempre tiene razón. No esta vez.
Abraham Santibáñez
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