Santiago, 24 de Agosto de 2008
Un resumen clásico del trabajo periodístico señala que consiste en recopilar información, procesarla y difundirla… en este orden. Por razones obvias, como la facilidad para poner materiales en la red, en la actualidad la principal preocupación, especialmente desde el punto de vista ético, se centra en la última fase: la difusión.
Es más que comprensible que nos preocupemos de plagios y falsificaciones y de las descripciones (o imágenes) que denigran a personas o que afectan a menores de edad y discapacitados. Pero no se debe olvidar que hay una primera fase: la recopilación de los datos, que empieza por la verificación de los datos y las fuentes. Esta sigue siendo una de las claves del trabajo periodístico responsable y bien hecho.
Ocurrió en los últimos días, sin embargo, que este elemental principio, insoslayable en medios tradicionales, fue dejado de lado ante otro que se consideró igualmente importante: la urgencia por ganar en el maratón tras el golpe noticiosos.
Un canal de televisión, al cual llamó directamente –presumiblemente desde España- una persona que se identificó como “Carlos Montenegro, cónsul en Madrid”, informó que en el accidente de Spanair había muerto un chileno, identificado como Juan José Soto Vargas.
Según un reportaje publicado el domingo en La Tercera, quien llamaba sería el propio Soto Vargas, único personaje real en este episodio: no hay un cónsul en Madrid llamado Carlos Montenegro, y en la tragedia no hubo víctimas chilenas.
La noticia, sin embargo, salió rápidamente al aire. Contó con el valioso respaldo de medios tradicionales, no dudosas páginas anónimas de la web. Fueron Emol y La Tercera, además de varias radios las que la difundieron de inmediato. (Poco más tarde, cuando se aclaró que se trataba de un montaje, se hizo la corrección en las respectivas páginas. En algunos casos se mantuvo el llamado, pero se conectó el link al desmentido oficial. Sólo en La Segunda on-line, hasta este fin de semana, se podía encontrar la página original del diario en papel: “Un chileno entre los muertos del avión Spanair; cónsul dice que podrían haber más”).
Un recorrido rápido con la ayuda de Google –o el buscador que uno prefiera- habría bastado para encontrar datos contundentes sobre Soto Vargas. Era un conocido visitante, tanto por correo ordinario, como por mail y teléfono de las redacciones periodísticas en los años 80 y 90. Esta vez, nadie hizo ese indispensable chequeo en los nerviosos minutos que transcurrieron entre la llamada del supuesto cónsul y su difusión. Nade intentó siquiera verificar la existencia del hombre que se identificó como cónsul.
La reflexión reiterada en el último tiempo es que los medios tradicionales, especialmente diarios impresos, pueden hacer valer su superioridad ante otros medios, gracias a la seriedad de su trabajo. La verificación de la noticia y de la fuente no es, por supuesto, la única obligación. Pero es la primera.
Ello no ocurrió esta vez y, si no hay preocupación, probablemente seguiremos escuchando de Juan José Soto Vargas y sus increíbles aventuras –y las contradictorias versiones acerca de su vida: partidario y perseguido tanto en dictadura como en democracias por ambos lados del espectro político- por mucho tiempo más.
Esperemos que en la próxima oportunidad alguien aplique un filtro..
Abraham Santibáñez