El Código pasará, pero no el Caso MacielSantiago, 21 de Mayo de 2006 No fue fácil para la Iglesia Católica la semana previa al 21 de mayo. Sin nada que ver con el aniversario del Combate de Iquique o la cuenta presidencial, se enfrentó a dos problemas serios: el estreno de la película El Código Da Vinci y la invitación de Roma al retiro total de Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo. En el caso de la versión filmada del best-seller de Dan Brown, fue más el ruido que las nueces. Según prácticamente todos los comentaristas, es una película farragosa. The New York Times sentenció, lapidariamente, que se tarda más en ver el film que en leer el libro. Probablemente de haberlo anticipado, algunas autoridades eclesiásticas se habrían ahorrado sus intervenciones. Lo que realmente convirtió en un éxito el estreno fue la combinación del marketing y la polémica. Cualquiera de estos elementos ayuda cuando aparecen separados, pero juntos son imbatibles. Distinto es el caso de los legionarios y su fundador. Inspirados en los cristeros, católicos mexicanos, que se batían por su fe en el sentido más literal, han demostrado una gran capacidad para crecer y establecerse como referentes en los sectores más influyentes. El apoyo recibido del Papa Juan Pablo II fue, sin duda, decisivo. Por eso, el castigo que lo es, aunque se le quiera convertir en un sacrificio asumido voluntariamente- puede ser potencialmente muy dañino. En nuestro tiempo, y lo sabemos bien en Chile, el abuso sexual de menores se ha constituido en un pecado social grave. Lo sabe bien Zacarach, reconocidamente enfermo, contra quien se ha descargado la furia de las familias cuyos hijos fueron sus víctimas y otros voluntarios que nunca faltan en estos casos, cuando se trata de aplicar justicia por propia mano. ¿Cuál será el futuro de los Legionarios, cuya labor apuntaba precisamente a fortalecerse mediante el trabajo con niños y jóvenes? Es prematuro decirlo. Ya se ve que ha habido un esfuerzo corporativo por aminorar el daño, pero nadie sabe cómo reaccionan los padres y las familias que son las que respaldan el éxito o el fracaso de un movimiento como éste. El de Benedicto XVI fue, según algunos, especialmente los propios acusadores, un paso insuficiente, pero no cabe duda de que el mensaje ha sido claro para los directamente aludidos. Sorprendentemente pone en duda decisiones tomadas por el Papa Wojtyla. Antes, el nuevo Pontífice ya había dado otro paso en una dirección distinta a la de su antecesor, al frenar la celeridad de beatificaciones y canonizaciones. Joseph Ratzinger está cambiando el rumbo. Ello nunca es fácil y sin duda habrá otras sorpresas y otros entusiasmos y otras decepciones. Pero no cabe duda de que de los dos conflictos de estos días, el que tendrá un impacto perdurable será este. Del Código (como antes del Evangelio de Judas) pocos se acordarán en el futuro.
Abraham Santibáñez
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