El calor de la campañaNi siquiera la cumbre del milenio convocada por las Naciones Unidas pudo opacar el comienzo de la etapa final de la campaña electoral norteamericana. Con solo dos meses por delante, la ventaja inicial de George Bush hijo, se diluyó rápidamente. Esta semana, luego del Labor Day, el primer lunes de septiembre, cuando terminan las vacaciones de verano, los demócratas, encabezados por el Vicepresidente Al Gore, tomaron la delantera. El miércoles, el comentario político de The New York Times señaló que prominentes republicanos están preocupados, aunque todavía estiman que la situación no es irremediable. Su visión es que el alza de Gore después de su proclamación en Los Angeles fue mayor que todo lo anticipado. Lo peor es que las responsabilidades apuntan al propio candidato. Resumió el diario: Aparece a la defensiva, chapucero, cansado, quisquilloso, inseguro. Este catálogo de problemas apunta a algo peor: aunque nadie lo ha dicho con la crudeza utilizada en Chile por la doctora Cordero, a muchos norteamericanos no les gusta la idea de que se instaure una dinastía familiar. Ese sería el caso de Bush. No es lo más grave, sin embargo. Lo que ha puesto nerviosos a los dirigentes políticos de su campaña son sus debilidades. Mientras se trató de festejar, como ocurrió en la convención donde fue designado, todo estuvo bien. Nadie le reprochó su inexperiencia internacional ni su escasa habilidad para el debate. Distinto ha sido el caso al entrar al campo de la batalla electoral donde sus adversarios han sido ágiles para acorralarlo. Y el propio Bush ha colaborado para ello, involuntariamente, desde luego. Primero se enredó en el tema de los debates. Desde el comienzo del sistema de debates televisados -que fue sólo la modernización de una práctica antigua- con Richard Nixon y John Kennedy, se hizo evidente que se requería contar con reglas claras para el juego. Una Comisión de Debates, integrada por republicanos y demócratas asumió la tarea. Y esta comisión propuso ahora que los debates entre Bush y Gore fueran tres. No más, no menos, a fin de asegurar su difusión a escala nacional. Al Gore estuvo de acuerdo. A Bush no le gusta la idea. Como no podía negarse de plano, aceptó únicamente un debate nacional y propuso otros dos alternativos, uno con la NBC y otro con la CNN. Al mismo tiempo, trató de revertir la polémica, insistiendo en que Gore había dicho estar dispuesto a debatir donde quiera que fuese. La debilidad de su propuesta es que sólo los debates patrocinados por la Comisión de Debates presidenciales tendrían la máxima cobertura. Difícilmente las cadenas rivales van a retransmitir la señal de la NBC o de la CNN, salvo como flashes informativos. No fueron estos los únicos avatares. Bush tropezó, además, con la prensa. En Illinois se le escapó un comentario soez acerca del periodista Adam Clymer de The New York Times, lo que recalcó sus dificultades comunicacionales. Mientras, su rival seguía cosechando adhesiones. En la semana Gore dio a conocer su programa de gobierno en un libro de 200 páginas. No ahorró sarcasmos en su presentación: -Hago esto, explicó, porque no quiero que ustedes tengan que leer en hojas de té, o entre líneas de un boletín de prensa o un documento para averiguar lo que el gobierno Gore-Liberman significará para sus familias. En vez de eso, ustedes pueden simplemente leer mi plan. Suceda lo que suceda en las próximas decisivas- semanas, la originalidad de esta carrera electoral está en que, como pocas veces en la historia norteamericana (y muchas menos en la historia del mundo), los candidatos pueden girar a su favor, gracias a una sólida economía. Los dos ofrecen rebajas de impuestos. Pero Bush quiere seguir reduciendo el papel del estado y flexibilizar la seguridad social, mientras Gore quiere ampliar los programas de educación, salud y seguridad social. En el mismo tono irónico que lo caracteriza, el candidato demócrata le dijo a los votantes que la suya es una propuesta que no consiste en invitarlos a cruzar los dedos para esperar que les caiga la buena suerte y les chorree parte de las ganancias de los que tienen más y que con Bush recibirán más. ¿Su promesa? Reducir la pobreza, terminar con la deuda y crear diez millones de nuevos empleos en el sector tecnológico. 8 de septiembre de 2000. |