Empezar desde chicos
Después de cada remezón -político, social o incluso telúrico- siempre pasa lo mismo: alguien, con la mejor intención, propone que se legisle sobre la materia. Lo hemos visto en los últimos días. Se quiere legislar para salvar a todo el mundo: librar de tentaciones a los funcionarios públicos y proteger las vidas de los andinistas, los bañistas en piscinas privadas y también a los participantes en los reality shows. ¡Con qué facilidad nos olvidamos de las muchas leyes que se quedaron en el camino! Pareciera que las únicas normas que se cumplen son las que se pueden controlar fácilmente, como ocurrió con el antejardín de una dueña de casa en la comuna de Providencia que se declaró en rebeldía. Ahora se anuncia que, antes de obtener los permisos de circulación -lo que antes se llamaba "patentes"-, los dueños deberán cancelar las multas ("partes") atrasadas. Fácil, gracias a la computación: son las multas que se colocan en los parabrisas de los vehículos mal estacionados, no aquellas nunca notificadas a los conductores que maniobran peligrosamente o manejan ebrios. Nunca son controlados, salvo cuando tienen un accidente. Esta manía chilena de legislar sobre todo, con ese convencimiento nacional de que hecha la ley se resuelven los problemas (me parece recordar que era al revés: hecha la ley, hecha la trampa), es, a la larga, contraproducente. Cuando las disposiciones no se cumplen ni se hacen cumplir, el descrédito rápidamente pasa de lo particular a lo general. Ese es, en primer lugar, el verdadero peligro de la proliferación de leyes olvidadas. Uno puede considerarlo injustificado (aunque habrá quien lo aplauda), pero el sistema funciona, por ejemplo, en Singapur, donde nadie fuma en la calle ni masca chicle, porque hay castigos severos... y se cumplen. Pero ya sabemos que este no es el remedio. No, por lo menos, desde nuestro punto de vista. Porque también podríamos hacer como en China, donde la corrupción y otros delitos que en Occidente se consideran menores, se castigan con la muerte, o ciertas conductas, que no nos parecen delitos, como navegar por Internet, también tienen penas draconianas. El catálogo es más amplio: países donde a los ladrones se les cortan las manos, las adúlteras son lapidadas, los alcohólicos y drogadictos apresados de por vida, etc. Si creemos en valores como el respeto a la vida y a la dignidad de todos los seres humanos; si creemos que la libertad individual es un derecho de todos, no podemos recurrir a estos procedimientos, por efectivos que sean o lo parezcan. Pero, tal vez podríamos empezar por los niños, educándolos en los valores que nos interesa defender. Debe ser una enseñanza insistente, a fondo, con lecciones aprendidas de memoria, como ocurría antes, cuando los niños recitábamos aquello de "qué linda en la rama la fruta se ve", y así sabíamos -para siempre- que entrar en el huerto ajeno no era bueno. Hoy da la sensación de que hay muchos que nunca supieron que no se puede entrar a los huertos ajenos, sean municipalidades, ministerios o, en general, la administración pública. No importa cuán tentadora sea su fruta.
Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el sábado 18 de enero de 2003 |