El mundo en el sube y baja
A casi medio siglo desde que el canadiense Marshall McLuhan la concibió, la aldea global se ha convertido en un balancín como esos con los que juegan a subir y bajar los niños: por un lado están las empresas, la mayoría de los gobiernos y de los organismos internacionales y, en el otro, un creciente movimiento de ONG organizadas que denuncian sus excesos. En la última semana de enero se produjo un enfrentamiento virtual entre estas dos tendencias, con una tele-conferencia que las unió y dejó en evidencia sus contrapuestos puntos de vista. En Davos (Suiza) el mundo desarrollado tuvo su fiesta anual en el Foro Económico Mundial, mientras que en Porto Alegre (Brasil), 1.500 organizaciones no gubernamentales articulaban su descontento. El mundo ha sido históricamente un escenario dividido. Pero el mensaje de estos días es que la división parece ser mucho más profunda y sus afectos son cada vez más acelerados. La tradicional brecha entre pobres y ricos ahora se expresa en la diferencia entre conectados y no conectados; entre los que navegan confiadamente por las aguas cibernéticas y los que, al margen de Internet y otras expresiones post-modernas, luchan contra el desempleo y sus secuelas, empezando por el hambre y la enfermedad. Inicialmente (Seattle, diciembre de 1999) se trató sólo de manifestaciones ruidosas, inusitadamente violentas pero desarticuladas. Después de algunos episodios similares, la protesta se ha convertido ahora en un proceso de reflexión. Por lo menos eso fue lo que se intentó en Brasil. Además, hay que reconocer que el poder de convocatoria se ha multiplicado prodigiosamente. Mientras en Suiza hay que pagar el equivalente a 20 mil dólares para tener derecho a asistir, el precio de Porto Alegre fue más barato y el despliegue menos cómodo, pero igual atrajo a unos diez mil participantes. Entre los invitados había chilenos (Ariel Dorfman y Jacques Chonchol, los más conocidos), otros latinoamericanos (Hebe de Bonafini, de las madres de Plaza de Mayo), africanos (entre ellos el argelino Ahmed Ben-Bella) y europeos (Danielle Mitterrand, por ejemplo) y sobre todo brasileños. Ambos foros tuvieron su momento de contacto, vía tele-conferencia el domingo pasado. Aunque a ambos lados hubo serios esfuerzos por dialogar, el efecto en la audiencia en Brasil fue -como relató un periodista presente- de final de Copa del Mundo. El mega-inversionista George Soros fue abucheado por la galería y la acusación de fondo fue: Ustedes viven en el planeta de los super-ricos... Nosotros, en el de los pobres, los marginados, los oprimidos. Se podría temer que así no haya diálogo posible. Pero tal vez, por primera vez, hay quienes están tomando en serio las voces de protesta. Uno de ellos fue el presidente del BID, el uruguayo Enrique Iglesias, quien expresó que no se puede desconocer la voz de la gente que reclama. A su juicio, el nuevo panorama que está surgiendo en el mundo implica inmensas potencialidades, pero encierra también profundos riesgos. El mítico Bill Gates, hasta ahora considerado la peor encarnación de los males de la Nueva Economía: multimillonario exitoso que construyó su fortuna sobre la base de la computación y la interconexión, también se mostró preocupado: Hay una verdadera falla del mercado, una falta de visión, una falta de incentivos, una falta de cooperación que nos ha conducido a una situación muy desastrosa. La fundación establecida por él ya ha hecho aportes en diversas partes del mundo, incluyendo Chile. Ahora mostró su alarma por el aumento de las enfermedades catastróficas, especialmente el SIDA. Pero, según parece, el peor problema es el del desempleo. En estos mismos días la Organización Internacional del Trabajo afirmó que en los próximos diez años se deben crear 500 millones de nuevos empleos, lo que requiere invertir en capital humano, superar la discriminación y fijar el pleno empleo como una meta fundamental. Pero, sobre todo, afirmó la OIT, se necesita tener gente mejor preparada. Es decir, educada.. Publicado en El Sur de Concepción, el 3 de Febrero de 2001 |