La última entrevista de Patricia Verdugo:
El periodismo que me enseñaron no me dejó
escapatoria
Columnista invitada: Mili Rodríguez Villouta
Está bien. Hagamos la entrevista, pero no quiero hablar
de la enfermedad, me dijo. Y hablamos de otras cosas, pero
sabíamos que ésta podía ser su última
conversación ante una grabadora. 2007 había sido para ella
un año difícil y silencioso. La gran periodista Patricia Verdugo
murió el domingo pasado, 13 de enero, a las diez y media de la noche,
en el Hospital Clínico de la Universidad Católica. Su último
y sencillo orgullo fue saber que podía mirar a los hijos
a los ojos, cuando la pregunta es: mamá, papá, ¿qué
hiciste tú en ese tiempo? Mirarlos a los ojos.
Audio
de la entrevista (en LaNacion.cl)
Estaba sentada en la terraza, junto a una mesa redonda con mantel blanco,
vasos de agua, papeles, periódicos. Miraba como desde lejos el
jardín, la piscina transparente y los cactus, las estatuas de piedra.
En la puerta debe estar todavía un letrero que dice Casa Mater y
"Bienvenido al territorio libre de mi casa".
Más delgada, vestida simplemente con una blusa y una falda, y el pelo
que se había dejado rotundamente blanco, seguía siendo fuerte
como un Caterpillar, pero leve como una mariposa. Con una voz sedada y sedante,
sonrió: "Espero que pueda hacerla bien". Se refería
a esta entrevista.
Tenía 60 años recién cumplidos, era un ícono
del periodismo chileno y había tenido una vida de novela. "Todo
puede cambiar dijo, los maridos, los países, las casas, pero los hijos
son para siempre". Dos de sus hijos murieron, muy pequeños,
y Felipe fue encargado desde el principio al ángel de la guarda.
"Cuando volví de la clínica me quedé mirando a
Felipe para ver que respirara... Y entonces decidí: yo no puedo controlar
nada de la vida, no puedo ni siquiera retener la vida de mis hijos, y por
tanto, Señor, cuídalo, ángel de la guarda, cuídalo.
Y que sea lo que tenga que ser. De ahí en adelante ¡son tan libres!
que no se le ocurrió nada mejor a Felipe, y después a Diego,
¡que correr en motocross! Pero la libertad es clave, amarlos libremente.
Y eso parte con ama a los demás como a ti mismo"
De los preceptos cristianos, ¿ese es el que más te
impresiona?
No. La palabra más importante es "hágase Tu
voluntad". Para entregarte, para confiar.
LENTES AHUMADOS Y LOS ZARPAZOS DEL PUMA
Patricia trabajaba en la revista "Ercilla" y tenía dos
niños cuando su padre, Sergio Verdugo, presidente del Sindicato de
la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales, fue secuestrado
por efectivos de la Dirección de Inteligencia de Carabineros. Varios
días después, su cuerpo fue encontrado en el río Mapocho
con huellas de tortura. Entonces comenzó la investigación
periodística más importante de su vida. Era julio de 1976.
Dos décadas más tarde diría: "Nosotros hicimos
todo lo posible".
Luego de tres libros quemantes, "Una herida abierta" (1979),
"André de la Victoria" (1984) y "Quemados
vivos" (1986), una tarde de 1989, "Los zarpazos del puma"
estaba en la calle.
Era el año de la caída del muro de Berlín, y Pinochet
todavía no se iba a sus cuarteles, ni a sus ocho años de general
en jefe de las FFAA en democracia, ni a su banca de senador designado y
vitalicio, y mucho menos a la London Clinic. Y cada diez metros, los vendedores
callejeros voceaban a gritos el libro sobre la Caravana de la Muerte. La
verdad estallaba.
Patricia Verdugo había escrito esa historia, y lo había hecho
con el dramatismo exacto, con la precisión de una obra maestra; sólo
que todo era rigurosamente cierto. Una amiga la llamó: "Ven
inmediatamente". Ya en la boca del Metro escuchó los gritos,
el título de su libro del que se vendieron 100 mil copias sólo
en las primeras semanas.
"Me dio susto. Me dio tanta sensación de terror, que saqué
mis anteojos ahumados y me los puse, como si alguien pudiese reconocerme.
Cuando yo podía caminar por el medio de la Alameda entre todos los
libros, y nadie hubiera dicho ahí va la autora, pero igual me puse
los anteojos ahumados para pasar entre todos, porque me daba pudor. Eso,
pudor".
Tú siempre hubieras sido una periodista notable. Pero el asesinato
de tu padre fue un vuelco...
El asesinato de mi padre me hizo más sensible a lo que sienten los
otros. Quizás yo puedo haber aprendido a escribir mejor, para poder
compartir eso. Porque ¡cómo decirles a los otros lo que significa
eso!
¿Toda la vida fuiste súper woman, de no desmayar y no temer,
o temer y pasar por encima del miedo?
Yo fui una niña muy energética, tengo que dar gracias a un
cóctel de genes. Bien pude haber dedicado mi energía a otras
cosas, pero el periodismo que a mí me enseñaron no me dejó
escapatoria. O me iba fuera de Chile, a sacarles la leche a las vacas en
Holanda, y me transformaba en otra persona, o si me quedaba aquí,
¡había que intentarlo! Es que alguna vez, ante una amenaza más
concreta, oí decir "vámonos al exilio", pero entre
llorar con otros chilenos en Austria, ¡yo prefería llorar
aquí...! Fue tan fuerte, tan fuerte, la fraternidad que hubo entre
los que dábamos la lucha como pudiéramos... Yo creo que en
el momento clave de la historia de los seres humanos se abren dos posibilidades:
ser una buena persona, ética y moral, o ser un canalla. Cuánto
lamento los que cruzaron la puerta de ser canallas, pero yo sé lo
que se siente de cruzar la puerta de ser, de tratar de ser ético.
Es una gran felicidad. Te permite mirar a los hijos a los ojos, cuando la
pregunta es "mamá, papá, ¿qué hiciste tú
en ese tiempo?". Mirarlos a los ojos.
En "Bucarest 187" dices: "Nosotros hicimos todo lo
posible".
Sí. Eso no tiene que ver con Aylwin, sino con los familiares de las
víctimas. Hicimos todo lo posible a pesar de que había un
Presidente que creía que la justicia tenía medida, cuando la
justicia es justicia y punto.
¿Cómo abrieron la puerta ética en una revista
censurada?
En todas las revistas disidentes, algo siempre se quedó en el tintero
de la censura. Pensábamos que se podía traspasar el límite,
y entonces los directores tenían que medir, un mes de clausura, dos
meses. Por eso yo no pude entender, cuando estalló el caso Arellano,
cómo la revista "Hoy" mientras "Apsi" y
"Análisis" lo llevaban en portada , pasó dos o
tres semanas sin mencionarlo, porque el director era amigo del hijo de Arellano.
¡Imagínate! Yo comencé a recortar todo lo que salía,
a hacer mi archivo del caso Arellano, y eso me llevó al desempleo.
Me fui de "Hoy".
Las mujeres periodistas cumplieron un rol muy importante en este tiempo.
Como no podíamos hacer reportajes, ni emitir opiniones, todo se redujo
durante un tiempo a puras entrevistas. ¿Cómo hacer la pregunta
que permitiera que el general o el coronel dijera, se acercara, a lo que
uno quería que contara? En ese juego, las mujeres eran mejores. A
un general, a un coronel, una periodista mujer le baja la guardia. Ya no
es un soldado del periodismo el que entró. No. Es una mujer. Una mujer
con quien a él le han enseñado a ser galán, amable.
No lo puede evitar. Y, además, tiene que ser valiente. Si ella pregunta
algo atrevido, él no puede quedar en menos. Jugamos a ese juego durante
un tiempo, incluida la revista "Cosas". En los
"setenta", el periodismo es nada más "que lo digan
ellos", "ellos lo dijeron". Incluso los hacíamos
revisar y firmar sus entrevistas.
¿La investigación sobre la muerte de tu padre fue un trabajo
extremo?
Yo no quería hacerla. No podía hacerla. El médico no
puede entrar al quirófano para abrir el cuerpo de su hijo, ni de su
padre, ni de su mujer. Pero nadie hizo el caso de mi papá. Qué
habría dado porque una de mis amigas periodistas lo tomara. Hubo un
momento en que había una jueza de probada honestidad, Dobra Lusic,
y además un policía Héctor Arenas que se creía
el rol del policía que tiene que encontrar la verdad, como en las
películas. Y fui a Canadá para intentar que se extraditara
al hombre que yo creo fue el hechor material...
Hasta ese punto llega tu libro "Bucarest 187".
Después pasaron otras cosas. El caso quedó cerrado por
Amnistía. Simplemente hay un almirante, Troncoso, y un general, Brown
Galleguillos, que están libres por las calles y no les ha pasado nada,
no han tenido ni una hora de detención, y ellos participaron en el
crimen de mi padre.
Tú cuentas en "Bucarest" que en las misas de la
Vicaría de la Solidaridad se rezaba tanto por las víctimas
como por los victimarios...
Todos eran víctimas, es verdad. Pero la impunidad es la violencia
invisible de Chile. Estamos rodeados de hechos que producen ira. Duele estar
pagándoles la pensión todos los meses a los que mataron a mi
papá, a los que torturaron. Uno dice: perdón, ¿de qué
se trata todo esto? Y esto tiene una razón política, la impunidad
no es una casualidad, es el resultado del pacto. Tal como acaba de develarse
que Lagos y la derecha hicieron un pacto para el indulto de los militares
y no nos enteramos en su momento; fue un secreto de Estado. Bueno, así
también hubo un pacto para que Pinochet no fuera tocado. O sea, Pinochet,
de acuerdo a eso, debió morir como senador vitalicio. Fuimos nosotros
los que les echamos a perder la fiesta... Que alguien de la UDI crea que
salvó al país del marxismo, es obvio, pero que alguien del
Partido Socialista vote por cosas que benefician a la UDI en materia de impunidad
respecto a sus compañeros asesinados, eso es lo que no tiene
explicación.
En ese punto, Patricia tomó un vaso de agua, apoyó la espalda
en un cojín, cerró por un segundo los ojos. Los volvió
a abrir y todavía estaba allí la casa, el jardín, la
terraza, la grabadora, Chile.
¿Cómo ves al país ahora?
Yo lo veo tenso; uno podía predecir un aumento de la delincuencia
y de la impunidad de los delincuentes, a partir de la impunidad de Pinochet.
¡Cómo robaron, cómo mataron, y no tienen castigo! El castigo
que estaba llegando a algunos era porque ya venía el indulto: no se
preocupe, general; no se preocupe, coronel, le va a tocar a lo más
un año; dos, porque ya viene el indulto. Nosotros no sabíamos.
Nosotros celebrando que se haría justicia...
En la grabadora sonó un clic y Patricia preguntó la hora. Eran
las doce, yo iba a esperar a un radiotaxi, ella iba al médico. La
llevaba un amigo. La seguí hasta su estudio donde todo se veía
como si siguiera trabajando. Carpetas, fotos, notebook, ella vestida de rojo
en una serie de instantáneas. Cuando nos despedimos, la escritora
de "Los zarpazos del puma" me tomó las manos. Cartera
al hombro, ojos negros y brillantes, sonrió guapa y tranquila, y me
dijo con una voz bajita: "Dame energía".
Publicado en La Nación Domingo, 20 de enero de 2008
Chile sin Patricia
Viviana Díaz, vicepresidenta de la Asociación de Familiares
de Detenidos Desaparecidos
Cuando conocí a Patricia Verdugo, hace más de 30
años, ella trabajaba en la revista Hoy y visitaba la
Vicaría de la Solidaridad. La llevaremos siempre en nuestros corazones
y la recordaremos como una gran mujer chilena que contribuyó a recuperar
la dignidad para nuestro país.
Jorgelina Martín, editora suya en Catalonia:
Me inspiró un profundo respeto su pasión, su
tesón y su entrega. Estuve cerca de ella cuando ´Bucarest 197´,
su libro más entrañable, cuya factura le desgarró el
alma y constituyó una suerte de exorcismo de todos los dolores de
su vida...
Felipe, Diego y José Manuel, sus hijos
Tuvimos una madre alegre, amorosa y rigurosa, que se fue en paz
y acompañada, hasta su último suspiro, de todo nuestro amor.
Con ternura profunda nos enseñó a actuar éticamente
en la vida. Y lo hizo no sólo al dedicarnos su conversación
cariñosa, sino su ejemplo. Porque en la vida nunca cantó sólo
por cantar, su vida tuvo mucho sentido y razón. Por eso, quizás,
ganó el privilegio de que la muerte la visitara hace dos años
previniéndola sobre lo que estaba por venir. Muchos lloramos su partida,
pero hoy nos dice que sólo estamos llorando por nosotros mismos, que
ahora vive más que nunca, cosechando los frutos de su paso digno por
esta tierra. |
Sus libros
Fue autora de once libros, en su mayoría dedicados a la defensa de
los derechos humanos: Una herida abierta (1979),
André de La Victoria (1984),
Quemados vivos (1986), Los zarpazos
del puma (1989), Operación Siglo
XX (1990), Tiempo de días claros
(1990), Conversación con Nemesio Antúnez
(1995), Interferencia secreta (1998),
Bucarest 187 (1999), Pruebas a la
vista (2000), El enigma de Machu Picchu
(2001). |
Publicado en La Nación Domingo, 20 de enero de 2008
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