La cara de las cosasColumnista invitado: Camilo Taufic Dos artículos sobre los problemas del ejercicio del periodismo, hoy:
I ¿Cárceles jurídicas para el periodismo?La decisión del colegio de Periodistas de impulsar por la vía parlamentaria un Estatuto que reglamente en detalle el ejercicio de la profesión en Chile, debe poner en alerta naranja a quienes se preocupan por los reales alcances de la libertad de prensa en el país y el rol de la información o la desinformación en el conjunto de nuestra convivencia nacional. La idea de dictar un Estatuto adicional a la Ley de Prensa del año 2001 cuenta, desde ya, con el apoyo transversal de diputados de todos los partidos políticos y tiene, si no el auspicio oficial, al menos la simpatía del Gobierno, lo que acorta los plazos probables de su aprobación efectiva y de la discusión a fondo sobre el tema. Hay que decir, en primer lugar, que el énfasis del proyecto de Estatuto del Colegio de Periodistas está puesto en el perfeccionamiento del ejercicio profesional (mejor acceso a la información pública; protección contra agresiones; contrato ad hoc; cláusula de conciencia), y sólo en segundo término se refiere a sanciones para aquellos que se presenten, se autodenominen o consientan ser presentados como periodistas sin tener un título. Si se lee bien, a estos sospechosos no se les impediría ejercer labores periodísticas entre ellas, la opinión y el comentario, según declaraciones del presidente del Colegio, Luis Conejeros, pero sí el ser considerados periodistas propiamente tales. (El recado va dirigido a futbolistas, cirujanos plásticos, modelos, actores, cocineros y profesionales varios, que aparecen mayoritariamente en la TV, pero también en otros medios). Hasta ahí, dentro de lo convencional, estamos okey. El drama comienza cuando resurgen (como seguramente ocurrirá ahora), las presiones incontrolables de esas perfectas fábricas de cesantes que son las cincuenta y dos Escuelas de Periodismo existentes en Chile, de donde egresan entre 700 y 800 titulados al año, para unas ochenta plazas disponibles a lo largo y ancho del país. Tanto ellos como su respectiva alma mater, desde hace décadas están agitando soterradamente sus pretensiones corporativas de reservar sólo para los diplomados el ejercicio del periodismo, lo que desde el punto de vista del Derecho Universal, y hasta de nuestra propia limitada Constitución Política, es un soberano disparate. El derecho a la información y la opinión (recibirlas, comprobarlas, emitirlas) es un derecho del pueblo, y no de ninguna casta, clase o profesión. Todos los tratadistas internacionales en la materia, así como las más prestigiosas Asociaciones de Periodistas de Europa y Norteamérica, lo establecen de manera meridiana. Estas pretensiones, además, contradicen las realidades derivadas del desarrollo tecnológico informativo actual, que hace de cada ciudadano (incluso los niños) un reportero, un comentarista o un opinólogo con tribuna libre. El fenómeno se manifiesta en Internet, a través de millones y millones de páginas personales, blogs, chats, encuestas y foros, junto al acceso ilimitado a las más diversas fuentes, cuyos contenidos pueden ser reelaborados y reenviados a piacere. Amén de los teléfonos celulares de última generación, que toman fotografías, música y textos, y los retransmiten al instante, con la misma facilidad que la voz de sus portadores, como lo vimos en el ahorcamiento de Sadam Hussein. En este contexto, la tarea de informar y opinar pasa a ser con más extensión y potencia que nunca, porque siempre lo fue patrimonio de toda la humanidad. Cualquier terrícola, sin avisarle a nadie, se puede convertir ahora, de la noche a la mañana y a través de su computador, en uno más entre centenares de millones de operadores directos de informaciones y comentarios. Textos, sonidos e imágenes no registrados que ya no podrá volver a limitar ningún tipo de censura. Se trata de un fenómeno de globalidad planetaria, con ilimitadas posibilidades de desarrollo, al margen de cualquier legislación local, de cualquier país.
La Nación, 15 de enero 2007
II Periodistas al límite de su capacidad oceánicaSe equivocan quienes han creído ver, en nuestro anterior artículo sobre el tema, un rechazo a la formación universitaria para incorporarse a las fábricas de noticias. Todo lo contrario: es más necesaria que nunca. Aunque en ningún caso se la puede limitar a las Escuelas de Periodismo. Sus egresados llegan a los medios, por lo general, provistos de un océano de conocimientos ¡pero de un metro de profundidad! Y estamos necesitando sabios que nos muestren y expliquen en forma sencilla el mundo caótico al que nos hemos precipitado. A diario, somos receptores de relatos y editoriales que suelen dejarnos tan desinformados como antes de verlos, oírlos o leerlos, sobre cualquier tema que exceda mínimamente los niveles del periodismo chatarra en boga. La experiencia alemana en la formación de periodistas es interesante. En la RFA es requisito indispensable para el ejercicio profesional haber seguido una carrera universitaria. No tiene excesiva importancia si se estudió periodismo como carrera principal (Hauptfach), o como complemento de otra carrera (Nebenfach). Es más, el Dr. Reinhard Hilke, de la Oficina Federal de Empleo de Alemania, recomienda seguir previamente estudios que aseguren al aspirante una completa especialización externa, antes de aprender el oficio de periodista propiamente tal. Aquí y allá percibimos que el mundo globalizado es tan complejo, evoluciona tan rápido y cambian con tal profundidad los significados de los sucesos que se desarrollan simultáneamente en un millón de frentes distintos, que sólo las noticias seleccionadas, sopesadas, analizadas, estudiadas y sintetizadas por periodistas provenientes de distintas carreras universitarias, con una formación y una experiencia muy sólida en el tema respectivo (y la práctica profesional necesaria), nos permitirían ponernos al día o enterarnos verdaderamente. Por nuestra propia experiencia docente, en Chile y otros países de América Latina, nos consta que las técnicas de redacción para informaciones y comentarios las puede aprender cualquier egresado universitario, de cualquiera carera, en dos semanas, a condición de tener una vocación periodística manifiesta. En cambio, lograr un contenido valioso para sus artículos, entrevistas o reflexiones requiere de una formación superior, universitaria, académica y practica, de varios años. No es casual que el jefe de la sección Ciencias del New York Times haya sido hasta hace poco y durante más de una década, el Dr. en Psicología Daniel Goleman, autor de La Inteligencia Emocional, y no un mero egresado de una Escuela de Periodismo. En Argentina, las páginas de economía de los diarios principales están a cargo, casi exclusivamente, de economistas graduados como tales, tan ágiles, inquisitivos y excelentes escritores de noticias, como si fueran reporteros o redactores profesionales que eso son en realidad. Al igual que son periodistas en la práctica, y no únicamente literatos, los escritores que hacen entre nosotros la Revista de Libros de El Mercurio. ¿Qué hacer, finalmente, con los actuales estudiantes y egresados de periodismo, de las 52 escuelas universitarias que otorgan el título en el país? Siempre van a encontrar algo, en una profesión que se ejerce en diferentes escalones, sea como sujeta-micrófonos que recogen sin contra preguntar las declaraciones de terceros, sea en el reportaje de investigación y el comentario editorial, si siguen estudiando cada día para ello, aumentando su experiencia vital y sus conocimientos sin cesar, que el mismo ejercicio profesional favorece. Muchos grandes medios de prensa prefieren, en Chile y en todo el mundo, contratar egresados de Escuelas de Periodismo, porque vienen ya formados superficialmente, por cierto en diferentes materias presentes en el contexto noticioso, y desde luego, en las técnicas periodísticas propiamente tales, aunque les falte la práctica. Y porque al graduarse, además, demostraron tener la mínima disciplina para aceptar las directrices de un periodismo desquiciado, como el chileno, donde se insiste en una información parcializada, que a comienzos del siglo XXI evoca los tiempos de El Hambriento y El Canalla, propios de las luchas sectarias de la época de don Diego Portales. Un periodismo de barricada que hay que erradicar, antes de que se pueda proceder a la incorporación de los expertos y especialistas que requieren una prensa moderna, de mercado, donde aún espera su turno la postergada objetividad.
La Nación, 19 de enero 2007 |