Tensión entre verdes colinasEl sur del Líbano tiene algo del paisaje del norte de Santiago, a veces seco como en Llay-Llay, otras verde, como los alrededores de Quillota. Pequeñas montañas, algunas colinas y pueblos donde uno puede tomar el café endulzado hasta la exageración que fascina a los árabes. En 1982 estuve allí, junto a las tropas de ocupación de Israel. En una tierra donde la historia sagrada se mezcla a cada paso con la historia profana y la leyenda, recuerdo con claridad el momento, al mediodía, en que pude subir los restos, muy destruidos, del castillo de Beaufort, antigua fortaleza de los Cruzados. La batalla más reciente había sido para desalojar a la guerrilla palestina de tan estratégico lugar, muy cerca de la frontera norte de Israel. Esta semana, casi dos décadas después, empezaron a ondear allí, en reemplazo de la estrella de David, los estandartes amarillos del Hizbolah, el Partido de Dios. En 1978 las tropas de Israel cruzaron la frontera con el argumento de defender la parte norte de su territorio, continuamente atacada por la guerrilla y bombardeada con cohetes Katiusha. En 1982 llevaron la ocupación hasta Beirut. Por unas semanas, al comienzo, fue una aventura excitante y victoriosa para las fuerzas judías. El avance estaba destinado a acabar con los refugios para los guerrilleros palestinos, Yaser Arafat incluido. Pero no tuvieron éxito. Los palestinos, que ya habían vivido la amarga experiencia de ser atacados sin aviso previo en Jordania (el Septiembre Negro de 1970), estaban alerta y dejaron a tiempo sus bases. A mediados de ese año, pude observar en vivo y en directo que la vida se desarrollaba en un clima surrealista: ocupantes y ocupados compartían la excelencia gastronómica de Beirut, sin que nadie se incomodase por el despliegue armado de los israelíes. Pero la tranquilidad se rompió muy pronto. En setiembre, entre 700 y 800 refugiados palestinos, hombres, mujeres y niños, fueron masacrados en los campamentos de Sabra y Shatila. Los mataron milicianos libaneses, pero una investigación oficial judía, (la Comisión Kahane), encontró graves pecados de omisión entre los ocupantes, responsabilizando al ministro de Defensa, Ariel Sharon, quien finalmente se vio obligado a renunciar. Este drama habría de marcar cada día en los años siguientes. Mientras Arafat y la Autoridad palestina negociaban finalmente un acuerdo, la guerrilla del Hizbolah asumió las posiciones más radicales hasta que se encontró -esta semana- con el terreno despejado luego de la abrupta retirada israelí. El clima internacional, que hizo inevitable este gesto de parte del gobierno de Jerusalén, podría no ser suficiente para garantizar las fronteras seguras, que es la más antigua aspiración de Israel. El Líbano, que en su tiempo fue un modelo de convivencia religiosa, ya no lo es. De hecho, no fue capaz de instalar su ejército en la zona evacuada. El vacío lo llenaron rápidamente los milicianos del Hizbolah, ansiosos de continuar la guerra santa y cobrarles la cuenta a sus compatriotas que se aliaron con el enemigo israelí. Pero, sobre todo, los milicianos quieren cobrar venganza del que consideran su enemigo Nº1: la nación judía. Abraham Santibáñez |