El mensaje del mensaje
Para decirlo brutalmente: me molestó que hayan mostrado en pantalla -el 21 de mayo, durante el mensaje presidencial- a la señora Olga Oyarce. Me molestó y en los días siguientes, mientras el debate se centraba en las medidas anunciadas, terminé de indignarme. Me "subió la choremia", como anotó con mucha gracia Guillermo Blanco ante una situación similar. Me acordé de Jemmy Button, llevado a Inglaterra para exhibirlo ante el "mundo civilizado" y del "hombre elefante" y otros errores de la naturaleza que han despertado la morbosa curiosidad de los humanos a lo largo de la historia. Planteo esto en la Universidad Diego Portales y alguien me rebate: "Es bueno personificar". Sí, respondo. Y así entiendo la presencia de los otros invitados que se mostraron en pantalla. Me conmovió la imagen de la estudiante de Pedagogía, abrazada por su madre, y el orgullo de los jóvenes que trabajan en sus comunidades por erradicar la droga... Me gustó también que más tarde se haya sacado del anonimato a la joven traductora al lenguaje de señas. Es que todos son ejemplos positivos. Pero la señora Oyarce, aunque por cierto no es su culpa, representa (o apareció en representación de) un sector terriblemente agobiado, el de la miseria más dura. Como dijeron en un foro en esta misma universidad dos personalidades de tan distinta procedencia como los ex ministros Francisco Javier Cuadra y Enrique Correa, este es el sector más difícil de encarar y sacar adelante: el de la indigencia, la marginalidad sin apelativos ni atenuantes. Los pobres, aunque viven una existencia difícil, tienen una visión distinta. Ellos están un escalón más arriba. Sus problemas son otros. No de supervivencia, desde luego. Como se vio en los días siguientes al 21 de mayo, el Bono de Protección Familiar de 10.500 pesos significa poco o nada en su caso. Son personas que saben lo que quieren, empezando por la necesidad de encontrar trabajo, porque su principal problema es no perder la dignidad. Debajo de esos niveles, en cambio, y eso debía representar la señora Oyarce, están quienes no tienen esperanza: quienes no tienen casa, no tienen trabajo estable y, sobre todo, se sienten marginados de la sociedad... y no lo saben o no les importa. No parece ser el caso de la señora Oyarce, lo que haría más penosa la exhibición de su "caso" ante el país y el mundo. A la hora del balance del mensaje del 21 de mayo, oficialistas y opositores coincidieron en que el presidente es un gran comunicador. Nadie lo dice, pero es nuestro equivalente a Ronald Reagan, seguramente con varios puntos a favor. Sabe hacer un uso sabio de los momentos y las circunstancias, desde aquella noche inolvidable en que apuntó su dedo contra el general Pinochet, instalado entonces en La Moneda, y empezó a caminar con tranco seguro hacia el sillón presidencial. Hoy cuenta con el apoyo eficiente de asesores y expertos. Mientras hablaba en Valparaíso, sus palabras eran ilustradas con las imágenes correspondientes, en un adecuado trabajo de edición. Igualmente acertado parece el recurso de los invitados que mostraron algunos aspectos de la labor desarrollada, los planes cumplidos y la participación de la comunidad en la construcción de un país mejor y más solidario. Pero es de la esencia del trabajo comunicacional que no se noten los andamios sobre los cuales se levanta el escenario. Y ello saltó a la vista en más de una ocasión. Y, sobre todo, en el caso tan dramático que resultó chocante, de Olga Oyarce. Es que, en buenas cuentas, el envoltorio nunca debe superar la calidad del contenido.
Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 25 de mayo de 2002 |