Mesa en crisis

Cuando Gonzalo Sánchez de Lozada cumplió seis meses en el poder, el periodista boliviano Ted Córdova-Claure hizo un diagnóstico lapidario: “Sin imagen positiva y huérfano de capacidad comunicacional, se aferra al poder porque ha emprendido una empresa quijotesca: hacer de Bolivia un país gobernable”.

Sánchez de Lozada, físicamente más cerca de Sancho que del Quijote, más fluido en inglés que en castellano, no tuvo éxito. A poco andar lo reemplazó un personaje atípico en la convulsionada y a menudo sangrienta historia de Bolivia: el intelectual Carlos Mesa. El nuevo Presidente llegó al poder en medio de una ola de popularidad conseguida por su cálida comunicación con el electorado... y casi sin apoyo en la clase política. El resultado: en menos de un año y medio, Mesa ha enfrentado una crisis tras otra.

No es que no se haya esforzado. Consciente de que la piedra de tope del régimen de Sánchez de Lozada fue la decisión sobre el aprovechamiento del gas natural, Mesa trató de llegar a un acuerdo con los países vecinos para asegurar la vía de exportación. No lo logró, en parte por los obstáculos internos. En lo referente a Chile protagonizó un rudo choque con su colega Ricardo Lagos en la cumbre de Monterrey, cuando quiso plantear –fuera de agenda- el tema del “enclaustramiento”. El del gas no es el único tema. Tampoco la salida al mar. Un intento por resumir de manera esquemática la situación de Bolivia conduce, inevitablemente a destacar que es el país más pobre del continente, con un ingreso per capita de alrededor de 900 dólares y una gran desigualdad en la distribución del ingreso. Más aún: desde los intentos privatizadores de Sánchez de Lozada, grandes sectores de la población rechazan todo avance en esta materia. Como resultado, la preocupación por la “gobernabilidad”, que ya acuciaba a Sánchez de Lozada, se ha convertido en prioridad absoluta. A ello se agrega una nueva amenaza: la de la secesión. “Las demandas de gobiernos autónomos regionales han crecido imparables en el país”, señaló el equipo de Bolivia.com en su página en Internet al hacer el balance de 2004.

Agotadas las negociaciones, Mesa recurrió, a mediados del año pasado, a un “referendum vinculante”, en el cual se decidiría cómo abocarse al tema del gas. Tres millones de ciudadanos votaron el 18 de julio de 2004 y el gobierno recibió la aprobación en todas las cinco preguntas planteadas. Pero no fue suficiente.

A lo largo de los meses siguientes, la política boliviana volvió a inflamarse. Al comenzar marzo, sin apoyo en el Congreso, Mesa anunció su renuncia. Sólo la retiró cuando logró lo que pedía: un acuerdo de las principales fuerzas políticas. Pero diez días después, ante la comprobación de que la Ley de Hidrocarburos que se iba a aprobar “inviabiliza al país ante la comunidad internacional”, intentó un nuevo golpe de timón. Mientras una parte del país estaba atenta al partido en Santiago entre The Strongest y la U. de Chile por la Copa Libertadores), el Jefe de Estado hizo un dramático resumen en la televisión: “He hecho todo, absolutamente todo lo que ha estado en mis manos para tratar de convencer a mis compatriotas, dirigentes políticos, parlamentarios, sindicales que, por favor, por amor a Bolivia, cesen este camino al despeñadero”. Propuso, en consecuencia, adelantar para este año las elecciones generales y convocar simultáneamente a una asamblea constituyente.

Dos días después el Congreso rechazó el proyecto. Mesa anunció entonces que no dejaría el poder. Ahora, el mundo entero se pregunta qué Quijote es capaz de sacar a Bolivia de la ingobernabilidad.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el 21 de marzo de 2005

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